Estoy sentado, quieto, transcurriendo el devenir de cada instante cual continuo pasar de hojas en un cuaderno imaginario.
No estoy aburrido, no estoy cansado, solo calmo, en esa quietud de la nada que lleva a meditaciones muchas veces sin sentido, pero que logra que esté ensimismado en mis ilusiones que disfruto tanto, al grado que me dan ganas de participarlas a otros para causarles las mismas gratas emociones, aunque sé que carezco de capacidad para expresarlas, con el mismo entusiasmo que a mí me producen.
Entonces mis ganas de externar mis pensamientos se acallan.
Sigo en la espera, sin prisas; continúo en el mismo lugar, con una a penas imperceptible sonrisa consecuencia de sentirme bien en ese no hacer, más que estar.
El tiempo, como río apacible, se pone a tono conmigo y fluye suave a fin de no distraerme y llevarme en banda transportadora como la de algunos lugares que hacen que la gente no se detenga en una exposición, pero disfruté su estadía por la muestra que fue a mirar.
Así me la paso, en ese mundo mío y su firmamento donde me figuro que estoy desde antes que salga el sol en esa oscuridad profunda que es la realidad, en ocasiones, hasta que regresa a sentar sus reales empujando al astro rey a su celda nocturna, lo que transcurre quizás en un minuto o unas horas, que hace que dentro de mí se convierta en una vuelta completa de un amanecer a un anochecer.
Desconozco si esto sea orar, meditar o algún ejercicio que recomiendan los que saben de esos menesteres. Solo sé que me hace bien.
Sigo siendo el mismo, pero con una paz interior que me transforma y me limpia de algunas cuestiones que…
Me siento contento.
En fin.