Amor: tú.

¿A qué sabe el amor?

¿A qué sabe la mujer que amo?

¿Qué deleite encuentro entre sus diversos pliegues físicos, pero sobre todo en aquellos intangibles que la hacen ella y ninguna otra?

La vida se hace a fuerza de momentos.

No como rompecabezas para armar, sino hilo conductor que crea a la vida misma que se vive y se disfruta o se sufre en una cotidianidad que se va andando, por donde lleva el destino que vamos haciendo.

Nada hay de origen hecho, sino que se va forjando, aunque todo a la vez ya exista; cada quien va elaborando, toma y construye a partir de lo qué hay y encuentra: hay quien construye catedrales y quien solo alcanza a levantar una choza.

Nada es seguro, ni para siempre; pero se forja con la esperanza de que dure lo más que se pueda.

¿Qué es eternidad si nadie la ha experimentado cómo lo atemporal, infinito e imperecedero?

Nosotros seres finitos, con fecha de caducidad que sólo Dios sabe la hora, quizás debiéramos entender, que en nuestra limitada existencia, eternidad es vivir el momento, instante a instante, disfrutando incluso del sufrimiento para asimilar solo el presente que es lo que se tiene en el ahora, sin seguridad del mañana.

No lo sé.

Divago.

Y todo por saber ¿Cuál será mi eternidad contigo?

Porque amo quien eres y me sabes a gloria, deleite que trasciende la pasión y sin quien no me hallo cuando estás ausente.

He tenido amores varios, con los que se ha coloreado mi existencia, pero nadie como tú, mi única e indispensable.

Representas a la mujer en presente, en realidad palpable; eres todas las mujeres consabidas.

Me sabes a ti y eso, para mí, es el sabor del amor, en el que quiero deleitarme siempre, hasta que muera: yo, tú o el amor mismo que está en ti, que eres tú misma.

En fin.

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