Me gusta amanecerte y que me amanezcas.
Cada día, aún en tu ausencia física, estás en mí y basta el pensarte para sentir tu presencia.
Llevo tu esencia donde quiera que me encuentre; me envuelve y me alienta, me cobija, me susurra en el silencio y me es apacible en la tranquila oscuridad, porque sé que de tal manera estás que al volver a despertar, lo harás junto a mí, más allá de cualquier ausencia.
Bien dicen que el pensamiento acaricia el alma, la abraza, sintiendo más que limitarse a solo estrechar el cuerpo.
El percibirte con el sentimiento es la oportunidad sublime de saberte cerca.
Cuando se ama no se sabe de distancias, ni añoranzas, siempre es un continuo presente, que eso es la eternidad y se integra en cada instante que va transcurriendo, de formas infinitas y perennes, que evitan la zozobra de la depresión por el pasado ido y la inquietud ansiosa del incierto futuro.
Es cierto que siempre se requiere la presencia física. Somos también materia, pero no limitarse a lo físico es trascender nuestra existencia.
Despertar, saberte, sentirte, provoca un efluvio de sensaciones que se acompañan de una sonrisa con la que celebro nuestro amor.
Cuando eres realidad física, todo lo qué hay, emerge en explosiones de júbilo, ambrosía que no sacia hasta que culmina en poder externar y pronunciar mutuamente lo que se guarda para esos momentos.
En fin.