Te escribo para que sepas que estoy en alguna parte pensándote, sintiéndote.
Ni te apures, si para cuando me leas ha pasado mucho tiempo; porque estoy claro que contestas, aunque sea con el mero pensamiento, si es que no te animas hacerlo por escrito y lo haces, a la hora que te es posible responderme.
Al contrario, agradezco te tomes un instante dentro de tu ajetreo, para dibujar unas breves palabras a veces con desconcierto.
No quiero que se te convierta en una carga hacerlo; sino que sea un pequeño gusto el que recibas un mensaje y te den ganas de leerlo, con la emoción de recibirlo; que tengas luego ganas de responderme, como de vez en vez lo vienes haciendo (así en presente continuo, en gerundio, que aunque a algunos escritores les choca, a mí me fascina, porque el gerundio me significa precisamente eso, un presente continuo y como tal, un regalo de vida, algún día lo hemos de platicar con más detalle, sin prisas, en momentos calmos, con la serenidad del ocioso que no apura y hace parecer eterno lo que es instante).
Es un bonito gesto de tu parte que me respondas, cuando puedes y quieres hacerlo; y, si me lo permites, a riesgo de parecerte exagerado, me emociona recibir tus pensamientos.
Escribirte es algo que me gusta y que me contestes, es algo maravilloso.
Es entablar un diálogo en la inmensidad de lo desconocido; conlleva una carga de bonitos sentimientos (como un arrebol, en el amanecer o atardecer) en el medio de lo ignoto.
Un coincidir de emociones en la inmensidad de lo que parece inconmensurable e imposible; y que, gracias a la escritura, se torna comunicación palpable para el alma.
A la distancia, te abrazo y te beso, con mis palabras al vuelo.
Que estés bien.
En fin.