En la vorágine de la cotidianidad, ni tiempo de llorar mis pérdidas.
Por instantes, cuando tengo momentos de quietud, de la nada, se me agolpan los sentimientos y quieren brotar en forma repentina, en agua de mar, para evitar ahogarme en la inundación que provoca el derramamiento de todo ese sentir que parece ignoto, pero que en verdad solo está parcialmente escondido, olvidado a propósito, para que no aparezca inoportunamente en circunstancias no propicias.
Y no es que quiera aparentar fortaleza o tenga temor de ser débil ante cualquiera; es la incapacidad de sentir abiertamente lo que me sucede y me duele.
Tan profundo cala, que para sacarlo hay que horadar para desenterrarlo y a veces, aún así, solo se hallan suspiros que mustios salen, imperceptibles como reflujo del alma congestionada.
Con todo, la vida es para vivirse contenida en todo lo que tiene y conlleva, incluso dolor, separación, rompimiento y muerte que todo ello forma parte de la misma.
Nada permanece, ni nuestra existencia; pero mientras se viva, siempre hay posibilidad de sobreponerse, aún con los pesares que ello representa.
A darle mientras se viva, que de eso se trata.
En fin.