Cada uno, nos demos cuenta o no, escogemos la actitud, buena o mala, en nuestro día a día, en nuestra vida, con los que nos rodean y en las circunstancias y situaciones que se nos presentan, las cuales en su mayoría no dependen de nosotros pero lo que sí, es como nos comportamos frente a ello, lo cual repercutirá en nosotros mismos y frente a los demás.
Sin percatarnos, somos quienes decidimos y es nuestra absoluta responsabilidad las consecuencias que se generen.
Somos mirados por algunos, y seguidos quizás por otros pocos. Eso cambia la perspectiva de nuestro actuar.
Inmersos en lo cotidiano, no nos damos cuenta de la alegría de lo simple: de ver, de sentir, de dormir, de comer, de respirar; también de salir de nosotros mismos y volcarnos en los demás. Dar, buscar ser coherente, empático, estar presentes, aunque no podamos otorgar más que eso.
Todo, o parte de ello, puede ser y hacer la diferencia.
En esto y muchas cosas más transcurre la magia, no en trucos o malabares espectaculares. Pero estamos tan acostumbrados a la magia del momento que lo extraordinario de cotidiano, se nos hace ordinario.
Redescubrir la magia de nuestro diario devenir y hacer, nos apacigua el ansía de buscar ser algo diferente a lo que debemos ser, y a la vez, nos hace ser nosotros mismos, sin conformismos pero sin ambiciones vacuas, para bienestar de nuestra existencia.
Esto, en sí, es algo maravilloso.
En fin.