Después de una comida dominical

Tarde calmada mirando a la nada solo realizando la digestión y disfrutando la quietud anhelada en un clima templado, con un cielo hermoso, con a penas un suave vientecillo que mece suspirando las hojas de los árboles, marco de este momento que, de tan quieto, calma los sentidos.

No hay más que dejarse ir, divagar y que la mente lleve al ser hacia donde quiera igual que el viento a las hojas.

Transcurre la vida sin prisa alguna y solo permite estar, sin más.

Disfruto el pequeño jardín, veo el humo salir del diminuto asador que tiene encima una cafetera para calentar el agua.

Cierre perfecto, que termina antes que anochezca porque empieza a llover.

Nada dura para siempre.

En fin.

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