El escribir es algo tan de uno, tan silente que acaba por convertirse en diálogo con uno mismo… aunque en ocasiones se da el raro momento que se colectiviza.
De repente eso que se narra para sí, es tan descriptivo y tan sonoro que, quien por casualidad lo lee se refleja a sí mismo y le hace sentido lo que mira, más quizás porque se ve a sí mismo y lo que trae dentro y es como si un tercero le adivinara lo que siente.
En ocasiones esto que es catarsis para desahogar lo que se calla, es entablar un diálogo a distancia y a veces dirigida a otro tiempo en el que se escribe.
Es diálogo porque quizás el autor no lo sepa, pero lograr la introspección de otros, hace que se dé esa comunicación interna, se reflexione, haga sentir al que lo lea y de tal manera se entable una plática en el silencio al conectar en un plano que no requiere más entendimiento ni explicación.
No se escribe para otros, se escribe para uno mismo y si con ello además se transmite, se crean vínculos que son puentes como la sinapsis neuronal que crea redes para generar ideas y también porque no, sentimientos.
Los que leemos, tal vez Estamos ávidos de descubrirnos a nosotros mismos; desvelar nuestro verdadero yo escondido, desnudarlo y también vestirlo.
Los que escribimos, a veces provocamos eso que nosotros mismos buscamos: identificarnos en otros para sabernos ciertos.
En fin.