No es por ser el último día del año, eso es una temporalidad circunstancial, es porque las ganas de escribir se arremolinan hasta obligar a tomar pluma y enfrentar a la hoja para expresar quién sabe que tanto…
No hay una idea para narrar algo, solo la necesidad de ponerse a trazar febrilmente palabras, como si en un desdoblamiento alguien más dictara y la mano cumpliera con el ordenamiento impuesto: escribir es la consigna, no el contenido cualesquiera que este sea.
Para sacar esa presión se exorcizan los demonios (o quizá dioses) de la escritura: en Egipto, Dhwty o Dyehuty y Seshat; en Grecia, Thot -Θώθ thṓth- precisamente obedeciendo a base de cansar la mano a base de escribir.
Soy un escribidor, aprendiz de todo. El saber es algo maravilloso y luego viene el imperativo de plasmar ideas llenando líneas en las más de las ocasiones inconexas, para que la saturación que presiona se desborde a través de soltarla en palabras. Igual que el costo a pagar por conocer, por aprender.
La presión va disminuyendo, la mente se aquieta de a pocos para lograr algo de calma.
No se que tanto puse y siquiera si es algo de menos hilvanado y con sentido o simple manifestación de sacarme de encima lo que somete a yugo a mi conciencia; eso mismo que me provoca escribir de la nada.
En fin.