Saberse parte de alguien más, con quien circunstancial, cruzaste camino en situación inverosímil, pero de lo cual, surgió algo que conectó sus presencias para tocarse el alma; primero, con la mirada, luego, a través del aliento, completando la conjunción, con alguna palabra vaga que a penas se pronuncia y finalizando con un hacer el amor, para asir lo que es materia y entendimiento, de lo que parecía tan solo sueño.
Es así de la única manera en la que lo perecedero se vuelve eterno; lo terrenal transmigra a lo divino, percibido a veces sin siquiera saberlo.
Así de mágico, así de imposible se dan esos instantes que a veces son etéreos y otras, las menos, se vuelven realidad que vivir y atesorar en hermoso recuerdo, ese que prevalece en la mente y se lleva hasta después de muerto.
Saberse parte de alguien más y que sepa que es parte de ti, es lo que permite transitar aún en horas de desasosiego, estando seguro que siempre estará en uno lo que nadie más imagina y poder estar platicando con uno mismo aún en soledad y silencio.
Nada más bonito que tener un amor correspondido, surgido de la nada y permanente en el ser entero, por el qué tal vez, en parte sea pueril sentimiento: ese en el que se es de nuevo niño, viviendo la ilusión de que todo es descubrimiento, todo es nuevo, todo es bueno y que la noche es solo transición a nuevos días donde vivir sin desasosiego; pero también adulto que aprecia la experiencia previa y considera cada tiempo como valioso transcurrir que se aquilata en su transcurso que va como el viento.
En fin.