“Solo quien carga el fardo, sabe lo que pesa y lo que trae dentro.”
Pero aunque cada uno es arriero (además de arquitecto y albañil) de su propia vida (destino que se va forjando), hay que buscar encarar el camino siempre con una sonrisa (para uno mismo, no para los demás), ora ante la expectativa frente a lo ignoto, ante lo arduo del camino, o ante lo que huele a peligro, ora por descubrir, de pronto, verde valle con suave pasto y manso río, donde apacentar y reposar para retomar fuerzas y continuar la andanza.
Que el camino nunca ha de ser el mismo y está lleno de sorpresas, de continuos amaneceres y atardeceres a la par de profundas y oscuras noches donde habrá paz y en ocasiones vela.
Nada hay seguro a lo largo de la vida, ni la vida misma. No hay promesas de nada, solo de andar cada quien como le sea posible y recolectando lo que sea de utilidad a sabiendas que habrá que deshacerse de ello en varias ocasiones y en otras llenar el fardo con cosas nuevas, pero con la constante de que nada de lo que cargamos, a fin de cuentas, lo llevaremos cuando la muerte nos saque del camino.
Andar mientras haya vida, eligiendo caminos; solo eso, andar.
En fin.