Cometí un gran error al pretender cuidar torpemente de ella.
La lastimé, al no querer hacerlo.
Tropecé estúpidamente conmigo mismo, como si mi sombra me hubiera metido el pie; provoqué mi propia caída y me desapareció de su vida.
Sin embargo, tuvo la osadía, la bondad de corazón de perdonarme y continuar con los brazos abiertos para recibirme, para permitirme estar a su lado,
¿Qué más puedo hacer sino adorarla?
Es una buena mujer, linda por demás, sublime, tierna y apasionada.
Es ella, así, sin ningún adjetivo que está de sobra.
Ella, quien me emociona.
Ella, quien me tranquiliza.
Ella, a la vez, la mar de calma y tempestuosa.
Ella, tan ella misma, única.
Ella, tan solo ella.
En fin.