Todos traemos olor a muerte desde que nacemos pero nos hacemos a la infructuosa tarea de provocar el olvido de eso que cuando somos conscientes queremos que no existiera.
Es que ¿Quién aguanta saberlo, tener presente a cada momento que morimos y vivir consciente con esa condena?
Solo algunos dolientes que padecen ansiedad, a cada momento perciben que, no por olvido deja de ser, al permanecer en descuido y que de todas formas hemos de morir.
¿Qué se teme más de la muerte además de dejar de ser: él no saber, el desconsuelo, la desaparición o el olvido?
Hasta los bebés recién nacidos tienen ese peculiar olor que se confunde a nueva vida, pero es la cimiente del fatal destino que se presenta cómo si de un olor a nuevo, agradable, se tratase cuando no es más que recordatorio de que salimos del seno materno, metáfora que hemos de regresar tarde que temprano a la tierra, que es el seno a donde pertenecemos.
El reloj, cualquiera, es otra metáfora que la vida transcurre sin detenerse y se va para que lleguen otros a vivirla.
En fin