Por un brevísimo instante te permitiste sentir, como solo las personas lo hacemos: en forma plena…
Pero te frenaste.
Prefieres no arriesgar y está bien… para ti.
¿Sabes? Estoy contento porque al menos lo intenté.
¿Tristeza? ¿Para qué? Si tengo conmigo el pensamiento, para verter mi sentimiento en palabras que expresen lo que te pude amar, pero que no fue, porque no lo permitiste ser.
Así que, al escribir discurro emotivo, lo que en la realidad negaste.
Entretanto, tú pasas ocupándote en el devenir de la vida cotidiana, vaya carga; mientras yo (como la ociosa, pero contenta cigarra), ocupo el tiempo con palabras para, en y con mi escritura, disfrutar y sufrir (variante de gozar), sin mayor premura que sentir y expresar al viento lo que traigo dentro.
Escribo.
No lo hago para ti; lo es para mí; así doy cause a mis quizás absurdos pero contundentes y grandes anhelos, aquellos mismos en que manifiesto lo que soy, lo que tengo
¿Qué no quisiste recibirlos?
Allá tú. No frenará mi continuo vuelo en pos de quien acoja, cálida, mis sentimientos.
Así que te agradezco poderme demostrar, con mis empeños rechazados, que todavía soy capaz de sentir y continuar con mi loco denuedo, que la vida no se reduce a las menesteres y obligaciones cotidianas; que siempre hay algo que inquietante aguarda salir para correr libre en pos de manifestarse en besos y caricias que hagan que el corazón se estremezca y goce lo que, de continuo racionalmente, escondemos, como si fuera prohibido sentir y deba ser vetado por ello.
Que bonito es poder sentir y ser libre de manifestarlo, aunque duelan ya sea el rechazo o la indiferencia que es otra forma de ausencia.
Adorar el sentimiento que se anhela, aferrarse a la que se ha incubado para que, a base de esperanza se mantenga viva la ilusión de lo que está, sin estar, que comenzó, sin siquiera dar inicio, pero que no es por ello menos hermoso.
Hay quienes, como yo, lo atesoramos para algún día ocuparlo de lleno y si por cualquier cosa no se da, al menos habrá la satisfacción de no haberlo dado por terminado, de matarlo en nombre del sentido común, antes de fallecer.
Nunca el sentir es vano.
En fin.