Si supieras como me he detenido cada vez que quiero escribirte para expresarte todo lo que traigo dentro.

Pero me doy cuenta que no debo hacerlo, si al vacío me lanzo con mis locos sentimientos y entonces borro una y otra vez las líneas que te dirijo.

No quiero molestar tu tranquilidad en la que guareces tu sentir y deseos porque así te va bien, es lo correcto y lo que esperas tener, en sosegada paz.

¿Que tienes sino la idea de tranquilidad que aquiete lo que en verdad deseas?

Estar contenido, reteniendo el vuelo para no desenfrenar sin saber qué pasará, es la mejor idea de quién nada arriesga; pero el tiempo te hará ver lo que perdiste, no conmigo, sino en tu vida precisamente cuando ya no tengas más tiempo, y hayas agotado, de tanto refrenar el sentimiento, al borde de casi no respirar para permanecer en esa calma tan aparentemente satisfactoria, sin nada que siquiera guardar para el recuerdo porque no hubo vida que vivir ni locuras que valga la pena rememorar.

¿Qué locura? Intentar comenzar juntos un Tu (con mayúscula) y yo, para construir un nosotros aventurado, sin doble intención, solo buscando amor, empeño impensable e imposible ¿Por qué? Solo tú te lo sabrás explicar, y luego te darás cuenta, demasiado tarde de lo que pudo haber sido y que no permitiste siquiera iniciar.

Ambos perdemos.

No sé quién más; al menos a mí me queda que lo expresé quizás en forma burda e infantil, aunque me atreví, a pesar de topar con tu frialdad que envuelve tu miedo a ser amada.

De verdad, quise quererte y como todo en la vida, claro está que era un arriesgar.

Tú te fuiste por la segura, sin sobresaltos y mejor no probar.

Definitivamente te felicito por tu entereza, tu sensatez, tu ecuanimidad. Siéntete triunfante, venciste la tentación y con ello tu premio será estar en tu torre disfrutando de la grata tranquilidad en soledad.

Continuo mi camino bendiciendo el haber tenido esta oportunidad y dando al aire el beso que nunca te di.

En fin.