La balada del calcetín rojo y roto The ballad of the broken red sock

…de pronto, me sentí en el cuento de La Cenicienta, no como el Príncipe de la historia, sino como la «Cinderella» misma, sin su zapatilla de cristal.

¿Cómo diantres un viejo y pinchurriento calcetín rojo y encima roto (¿o debí mejor decir roto y encima rojo? no sé qué adjetivo deba endilgarle primero) que por lo mismo casi nunca uso me cause tal estado de ánimo, casi tornado en agobiante añoranza?

Ese par de calcetines, del cual ahora hallo solo uno pero su par no aparece -precisamente el que tiene dos agujeros: en el talón y en el dedo gordo- lo iba a desechar hace tiempo por la rotura, a la zas por lo rojo, pero que por nostálgica desidia (entiéndase, ánimo procastinado de querer zurcirlo, cual oda y remembranza a mi madre cuando usaba su huevo de madera, hilo y aguja, para remendar) no lo hice.

Esa sensación poco menos que de sepelio, mirando entre mis manos como si lo estuviera velando por una parte a un objeto inanimado e inservible (el par encontrado) y por la otra, a un desaparecido (el par con dos agujeros), que nunca fue querido, pero que estaba ahí, a fuerza, ocupando espacio en el cajón de los demás calcetines, que llegó sin esperarlo, sin quererlo y así sin más, ahora se ha ido.

Detengo mi búsqueda, que se me antoja exhaustiva y analizando mi sensación, como si me revisara con una potente lupa el sentimiento, observo qué tal vez no sea la pérdida lo que me duela, sino solo el malestar de tener que usar los zapatos sin calcetines, lo cual además de incómodo y molesto, se vislumbra -sin ser adivino- una posible creación de ampollas.

La opción, dubitativo trance dialógico, dilema desconcertantemente «Macbethiano» -ser o no ser-:

a) dejar ir lo no querido, repudiándolo como forma consciente de eliminar lo que incomoda, o

b) continuar en el afán la búsqueda hasta recuperar lo no querido…

Creo que mejor dejaré de perder el tiempo y tomaré otro par de calcetines.

Tiraré entonces ¡por fin! (la cruda realidad me empuja a tomar decisiones drásticas) al cesto de basura el calcetín que tengo conmigo (y haré lo propio con el otro, si lo encuentro, por casualidad, algún día), como acto de férrea e inquebrantable voluntad y andaré mi camino… con la tranquilidad de no ocasionarme ampollas.

En fin.

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