La imperativa nostalgia por el Tlatoani o la fatídica auto inmolación en las urnas.

Hay un México variopinto.

No podemos negar multiplicidad social y sus diferentes formas de sentir y de pensar.

Hay quien ahora sedujo a diversos grupos de personas afectadas y enojadas con el gobierno actual, así como con los dos gobernantes anteriores que, en alternancia, dejaron ir la oportunidad de un cambio histórico y se concentraron en las mezquinas circunstancias de solazarse en sí mismos, por ser cada uno, un cambio buscado, esperado, pero fallido, hacia esperanzadores derroteros.

Cada gobernante desaprovechó su oportunidad y ahora estamos como país, en esta situación de inconformidad mimetizada en otra ilusa oportunidad de cambio que en ocasiones se pinta de revanchismo de los que no han sido o de los que piensan que serán.

Nada más triste que ver a la patria resquebrajada en enconos y odios que son añejos; que vislumbran un espléndido porvenir sustentado en una idílica remembranza de un pasado que no es ni mejor, ni fue cierto.

La falacia de la regeneración implica un volver a algo que no existió y que, pretender ubicarlo en la realidad actual, nos va a afectar en forma negativa a todos, menos a los que detenten el poder.

No habrá mejoría y a todos nos afectará en detrimento de nuestra expectativa de crecimiento, no solo económico como país, sino en lo individual; el cambio nos irá dañando.

Ojalá (más como anhelo que como realidad) que cada uno votáramos en conciencia, con reflexión, no con la visera, ni el sentimiento; que aunque México a todos nos duele (o debería), es con el tesón del trabajo y no con mesiánicas jaculatorias de promesas inalcanzables que se logra progresar.

No es la clase gobernante, sino cada uno, quienes podemos hacer el cambio para bien.

A quienes seguiremos en el país, después del domingo 1 de julio de 2018, tanto por convicción como por no saber a qué otro lugar mirar, padeceremos las consecuencias de la decisión de la mayoría.

Desgraciadamente, al tiempo.

El lunes 2 de julio de 2018, es decir, al día siguiente, la gente común y corriente esa, que vivimos de nuestro trabajo, seguiremos en nuestro cotidiano derrotero, en el continuo batallar de cada día, empeñados en nuestro esfuerzo, no esperando costosas dádivas disfrazadas de gratuidad y pretendida justicia.

Los ciudadanos de a pie, estaremos en lo nuestro; laborando en la cotidiana y honesta forma de ganarnos la vida, que es como en verdad se forja a la patria.

Dios nos tenga a resguardo mientras trabajamos.

En fin.

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