Vivir la vida, solo eso…vivirla

Y de pronto, de la nada, detengo unos instantes mi andar por un inesperado arribo que se me viene de golpe a la mente.

Un pensamiento, que por obvio (incluso perogrullesco), no es menos demoledor.

¡Ah, cómo se me transcurre la vida, tan sin darme cuenta!

Y, en las más de las ocasiones, no me percato del devenir, por estar tan inmerso en la cotidianidad, en intrascendentes avatares, vaguedades, sinrazones y, de vez en vez, en mezquindades que hacen que pierda la noción de lo que resulta en verdad relevante en la efímera existencia: solo vivir el presente, sin más.

Y no es oda al hedonismo, ni al existencialismo, ni a un determinismo a ultranza o al vacío de la nada (esa, de la que se discurre en La Nausea Sartreana) que lleva a un pesimismo y a lo inevitable de la vacuidad sin sentido.

Por el contrario, vivir la vida a plenitud (lo que implica un esfuerzo de continuo arduo pero con grandes satisfacciones) en presente continuo es tocar la eternidad.

Sí, en efecto, todos morimos.

Esa no es la tragedia.

La verdadera tragedia es no entender, no aprender, día a día, a vivir, con todo lo que representa: plenitud en la pléyades de alegrías, logros, satisfacciones, penas, sinsabores, tristeza, compartir y dar, saber recibir y agradecer…

Cada día en si, es una continua metáfora y a la vez recordatorio de lo que es la existencia misma.

Me explico.

Cada 24 horas, al igual que amanece y despertamos, es un volver a nacer; el transcurrir del día, es igual que iniciamos desde que llegamos a este mundo (claro que ya sin los cuidados maternos, a pura voluntad propia sin ayuda -en ocasiones- de alguien que lo haga en vez de uno) y conforme se desenvuelve la mañana, luego aparece el medio día, seguido de la tarde hasta estar en la oscuridad de la noche en que, en algún momento, después de la travesía llego, por fin, desde una afanosa o apacible jornada, al lecho y al disponerme a descansar (en ocasiones, haciendo recuento de los gratos momentos, sinsabores, pendientes por hacer y algunos recuerdos; otras tantas, no queriendo o no pudiendo conciliar el sueño y las más, solo me sorprende Morfeo, y me desconecta, sin darme cuenta).

En igual forma que el día, en sus diversas etapas, al despertarnos y salir de la cama es como cuando se nace (al darnos a luz, nuestra madre) nos desarrollamos, crecemos, llegamos a un climax, para luego empezar el atardecer de la corta existencia para ir a descansar cada noche en la cama, siendo esto, un constante ensayo para cuando muera y me entierren.

Algún día, a todo se nos llegará el momento de dejar de estar vivos (esto si es una perogrullada, pero no por ello, menos contundente). En tanto ese día llegue, es menester, que todos los demás días, en verdad vivamos.

Disfrutar, gozar intensa, lúdicamente, y ¿Por qué no? padecer también a plenitud, esos ingratos momentos de dolor físico y/o emocional, que lastiman y se nos parecen interminablemente insoportables, pero que si introspectamos en ellos,

cada uno tiene su razón propia.

Las personas tenemos una circunstancia de vida, y cargamos en nuestra talega, a lo largo de la continua faena, todo tipo de situaciones pero también fantasmas y pensamientos que a veces no son más que distorsiones -buenas o no tanto- de lo que en realidad acontece, haciendo del fardo de pensamientos negativos un lastre que pesa más y nos frena la vida para continuar viviéndola que a eso hemos venido.

En fin.

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