Me veo frente al espejo, y aunque consciente de la edad que tengo, no dejo de mirar, aunque confieso que cada vez menos, a la misma persona de hace 49 o más años, como el niño que fui.
Aquel infante que aún existe, aunque me empeño en esconderlo, ahora va disfrazado (que no convertido) con añoso ropaje de carne surcada y pelo cenizo, ese mismo que ahora la gente ve, con un bagaje a cuestas, de tantas cosas buenas y malas, así como de muchas más inútiles, que de vez en cuando tiene que hacer pausas, a fin de dejar de llevar la carga en hombros, para luego de nuevo andar el derrotero.
Nadie más que yo, mira al chamaco que retoza incansable, que por más que trato de apaciguarlo, de continuo se alborota y no ceja en su empeño menesteroso de querer salir como si los años sencillamente no hubieran transcurrido; y libre, poder hacer y deshacer en su mundo, siendo creador del mismo y lidereando a una tropa de seres imaginarios que le nutren sus juegos.
Ese andar, sin ton ni son, haciendo y deshaciendo, lo que en forma descuidada y en ocasiones un tanto despectiva, se denomina en forma genérica como travesuras, no es más que la manifestación del deseo de conocer, explorar, experimentar y vivir todo, que de continuo, se presenta como nuevo, aunque ya se le conozca, porque la imaginación que vuela, lo transforma siempre todo y permite descubrir una y otra vez las diferencias en lo mismo.
El niño ese, sigue ahí y aunque a veces lo olvido y abandono, ese castigo al parecer jamás le afecta, ni lo reprocha.
Y cuando me vuelvo acordar de él, más por curiosidad que por preocupación real, lo encuentro, a veces arrinconado, pero al hallarnos juntos de nuevo, se ilumina, me mira y me vuelve a sonreír, con su eterna inocencia.
De su parte, no hay reclamo; alegre, aunque callado, se me acerca y me muestra lo que traía escondido y que ha hecho para mí, en mi ausencia, como diciendo con solo extendérmelo: ¡Mira, tengo esto para ti! Lo hice mientras te esperaba; no te aflijas, no importa lo que has tardado, que el tiempo es solo un invento de los mayores; no hagas caso, ya por fin estás aquí.
Y sin más, me comparte eso, que no es más que ilusión y anhelo en su forma más pura, para que le permita salir y, si por suerte hay tiempo -ese bien etéreo que los adultos jamás tenemos- compartir con él, aunque sea un rato, sus juegos.
En fin.