Y después de los sismos…

Leí, en un texto de José Woldenberg, que: «el heroísmo de los justos es tan sigiloso que apenas nadie lo advierte, pero su eficacia puede ser colosal, y la cadencia de sus actos puede establecerlo una frontera entre la humanidad y el infierno…»

Los acontecimientos que se suscitaron después del sismo 19 de septiembre (terrible, incluso porque fue más mediático que el sismo del 7 de septiembre), llevó a mostrar y demostrar diversas actitudes, las más positivas que hasta el momento han ahogado las muy lastimosas negativas que duelen aún más en estos momentos (la última, la vejación sufrida por unos jóvenes que en camino a Oaxaca para dejar donaciones fueron asaltados, baleados e incluso una jovencita fue violada).

La bondad y maldad, características de lo humano se han manifestado y lo seguirán haciendo día con día; sin embargo, lo malo no debe desalentar a lo bueno.

Me viene a la mente una frase que escuche, y se me ha quedado grabada, de San Josemaría Escrivá de Balaguer: «ahogar el mal en abundancia de bien.»

Más allá de filias, fobias, creencias y convicciones, lo relevante de lo positivo se manifiesta en diversas formas, se expresa contundente para dar significado a lo bueno.

Vuelvo a traer a colación la frase de Aristóteles que mencioné hace unos días en este blog: «¿Qué es la esencia de la vida? Servir a otros y hacer el bien»

No hay más, eso es lo que a fin de cuentas da sentido (esencia, como lo menciona el estagirita) a la vida.

Y hoy, esa debe ser la divisa en medio del caos, de la desazón, del dolor, no para mitigar sus estragos, sino para tener un aliento que nos haga continuar en lo que puede figurarse un sin sentido, una sinrazón, y ser nuestra brújula en este marasmo de desolación.

Personas que son ejemplo hay varias a lo largo de la historia; me vienen a la mente Gandhi, la Madre Teresa, Nelson Mandela, entre otros, a quienes la adversidad los hizo crecer y les dio ánimo para enfrentarla, sin saber si lo lograrían.

Pero el común de las personas no requerimos la heroicidad de personajes como los mencionados, porque hacemos actos heroicos en nuestro acontecer, en la cotidianidad, en silencio con actos que a veces pasan desapercibidos y sin embargo marcan diferencia.

Woldenberg, citando a Borges, señala «enumera un censo breve de los justos: quien cultiva un jardín, quien juega tranquilamente con un amigo al ajedrez, quien lee junto a la persona amada el final de la Divina Comedia, quien acaricia a un animal dormido, quien compone escrupulosamente la tipografía de una página, quien agradece que existan la música y los libros de R. L. Stevenson, quien prefiere que los demás tengan razón».

Es lo que el propio Woldenberg denomina «el heroísmo de lo justos», eso que llevamos a cabo, sin que nos lo indiquen o nos den instrucciones, sino por una convicción profunda de hacer lo correcto, lo que sea bueno para otros, lo vean o no, lo reconozcan o no, ya que no es ese el objetivo, ni se busca y ello a fin de cuentas, expresa y vale más, que cualquier otra cuestión.

¿El premio? No lo hay, es solo la satisfacción personalísima, con una sonrisa en el corazón, de haber cumplido con un deber ante uno mismo y, si se es creyente, ante Dios.

En estos momentos y en las semanas y meses que siguen, no debemos olvidarnos de nuestros hermanos más necesitados; pero tampoco debemos dar por sentados o apartar nuestra atención de aquellos otros que están a nuestro lado y que requieren de una u otra forma de nuestra elemental asistencia.

A cada uno hay que apapacharlo (con obras, con actos, pero también escuchando y abrazando) de tal forma que se sienta amado.

La vida continua su curso, hay que transcurrirla de la mejor manera posible, pensando en el bienestar de las personas y de uno mismo.

En fin.

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