Sismos IV: Lo que continua…

Diversas imágenes se me agolpan, en ocasiones en un entramado sin sentido.

Claro, desde la quietud de un sillón, se puede merodear entre los resquicios de la mente y el sentimiento para someter el ánimo al ejercicio del pensamiento.

Me queda claro que no así para los miles de afectados, ni para voluntarios y rescatistas de cuerpos oficiales que laboran sin cesar en el trabajo arduo que sigue en las calles (en las zonas siniestradas, en los centros de acopio, en los albergues o quienes devastados están velando o enterrando a sus muertos), después de los movimientos telúricos del 7 y del 19 de septiembre.

Todos, unos y otros, merecen de pie nuestro reconocimiento, respeto y convicción de haber acreditado la fe y esperanza en lo mejor de lo que significa «ser humano».

No busco hacer elegía ni panegírico de los tantos que ya se han hecho o se harán más adelante.

Solo quiero expresar el sentimiento que me inunda en estos momentos, después de ver diversas zonas colapsadas y mirar a nuestros hermanos caídos (algunos incluso lamentablemente fallecidos), y reflexionar que a penas comenzará la siguiente etapa de la lucha.

Hay un hashtag #FuerzaMéxico o algo así (se nota la brecha generacional, pues me rebasa sobremanera todo lo actual que tantos jóvenes afortunadamente manejan en forma casi natural, como si viniera en su genética), que si bien no reúne o sintetiza todo el sentir, si es expresión clara del sentimiento común que nos unifica, literal, como hermanos a quienes hace unos días éramos completos extraños y desconocidos.

Se ha pasado, después de lo transcurrido, de la aparente apatía, indolencia e indiferencia e incluso de un enojo social generalizado (que se notaba en el ambiente, de menos en el citado de la CDMX), a la convicción de la solidaria asistencia y apoyo al desvalido; volteamos a ver caras directamente a los ojos y nos permitimos brindarles una palabra de aliento, una sonrisa o un aplauso a quienes son convicción de vida.

Creo que ya está sembrada (no se ve, obvio, por estar ahora dentro de la tierra -dentro de varios de nosotros-) la pequeña semilla (de mostaza ¿recuerda alguien la parábola bíblica?) de ese que espero será un gran cambio, enorme árbol, si lo permitimos cada uno dejar crecer.

De entre este deambular en mis recuerdos, me vienen a la veleidosa memoria dos obras que me hacen sentido en estos días:

Julio Numhauser, quién escribió la canción: «Todo cambia» (cuya versión más famosa es la de Mercedes Sosa):

«Cambia lo superficial

Cambia también lo profundo

Cambia el modo de pensar

Cambia todo en este mundo

Cambia el clima con los años

Cambia el pastor su rebaño

Y así como todo cambia

Que yo cambie no es extraño

Cambia el más fino brillante

De mano en mano su brillo

Cambia el nido el pajarillo

Cambia el sentir un amante

Cambia el rumbo el caminante

Aunque esto le cause daño

Y así como todo cambia

Que yo cambie no es extraño

Cambia, todo cambia

Cambia, todo cambia

Cambia el sol en su carrera

Cuando la noche subsiste

Cambia la planta y se viste

De verde en la primavera

Cambia el pelaje la fiera

Cambia el cabello el anciano

Y así como todo cambia

Que yo cambie no es extraño

Pero no cambia mi amor

Por mas lejos que me encuentre

Ni el recuerdo ni el dolor

De mi tierra y de mi gente

Y lo que cambió ayer

Tendrá que cambiar mañana

Así como cambio yo

En esta tierra lejana.»

Y el poema de la tampiqueña Ana María Rabatté y Cervi, autora de: «En vida hermano, en vida.»:

«Si quieres hacer feliz a alguien que quieres mucho, dícelo hoy, sé bueno… En vida, hermano, en vida.

Si deseas dar una flor, no esperes a que se muera, mándala hoy con amor…

Si deseas decir «Te quiero» a todos los de tu casa y al amigo cerca o lejos… En vida, hermano, en vida.

No esperes a que se muera la gente para quererla y hacer sentir tu afecto…

Serás feliz si aprendes a hacer felices a aquellos que te rodean…

Nunca visites panteones, ni llenes tumbas de flores; llena de amor corazones… En vida, hermano, en vida.»

Traigo a la par, a colación, un breve versículo de San Mateo (seamos o no creyentes, las palabras son precisas): «Bástele a cada día su propio afán…»

¡Dios nos bendiga a todos, México!

En fin.

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