Diversas imágenes se me agolpan, en ocasiones en un entramado sin sentido.
Claro, desde la quietud de un sillón, se puede merodear entre los resquicios de la mente y el sentimiento para someter el ánimo al ejercicio del pensamiento.
Me queda claro que no así para los miles de afectados, ni para voluntarios y rescatistas de cuerpos oficiales que laboran sin cesar en el trabajo arduo que sigue en las calles (en las zonas siniestradas, en los centros de acopio, en los albergues o quienes devastados están velando o enterrando a sus muertos), después de los movimientos telúricos del 7 y del 19 de septiembre.
Todos, unos y otros, merecen de pie nuestro reconocimiento, respeto y convicción de haber acreditado la fe y esperanza en lo mejor de lo que significa «ser humano».
No busco hacer elegía ni panegírico de los tantos que ya se han hecho o se harán más adelante.
Solo quiero expresar el sentimiento que me inunda en estos momentos, después de ver diversas zonas colapsadas y mirar a nuestros hermanos caídos (algunos incluso lamentablemente fallecidos), y reflexionar que a penas comenzará la siguiente etapa de la lucha.
Hay un hashtag #FuerzaMéxico o algo así (se nota la brecha generacional, pues me rebasa sobremanera todo lo actual que tantos jóvenes afortunadamente manejan en forma casi natural, como si viniera en su genética), que si bien no reúne o sintetiza todo el sentir, si es expresión clara del sentimiento común que nos unifica, literal, como hermanos a quienes hace unos días éramos completos extraños y desconocidos.
Se ha pasado, después de lo transcurrido, de la aparente apatía, indolencia e indiferencia e incluso de un enojo social generalizado (que se notaba en el ambiente, de menos en el citado de la CDMX), a la convicción de la solidaria asistencia y apoyo al desvalido; volteamos a ver caras directamente a los ojos y nos permitimos brindarles una palabra de aliento, una sonrisa o un aplauso a quienes son convicción de vida.
Creo que ya está sembrada (no se ve, obvio, por estar ahora dentro de la tierra -dentro de varios de nosotros-) la pequeña semilla (de mostaza ¿recuerda alguien la parábola bíblica?) de ese que espero será un gran cambio, enorme árbol, si lo permitimos cada uno dejar crecer.
De entre este deambular en mis recuerdos, me vienen a la veleidosa memoria dos obras que me hacen sentido en estos días:
Julio Numhauser, quién escribió la canción: «Todo cambia» (cuya versión más famosa es la de Mercedes Sosa):
«Cambia lo superficial
Cambia también lo profundo
Cambia el modo de pensar
Cambia todo en este mundo
Cambia el clima con los años
Cambia el pastor su rebaño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño
Cambia el más fino brillante
De mano en mano su brillo
Cambia el nido el pajarillo
Cambia el sentir un amante
Cambia el rumbo el caminante
Aunque esto le cause daño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño
Cambia, todo cambia
Cambia, todo cambia
Cambia el sol en su carrera
Cuando la noche subsiste
Cambia la planta y se viste
De verde en la primavera
Cambia el pelaje la fiera
Cambia el cabello el anciano
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño
Pero no cambia mi amor
Por mas lejos que me encuentre
Ni el recuerdo ni el dolor
De mi tierra y de mi gente
Y lo que cambió ayer
Tendrá que cambiar mañana
Así como cambio yo
En esta tierra lejana.»
Y el poema de la tampiqueña Ana María Rabatté y Cervi, autora de: «En vida hermano, en vida.»:
«Si quieres hacer feliz a alguien que quieres mucho, dícelo hoy, sé bueno… En vida, hermano, en vida.
Si deseas dar una flor, no esperes a que se muera, mándala hoy con amor…
Si deseas decir «Te quiero» a todos los de tu casa y al amigo cerca o lejos… En vida, hermano, en vida.
No esperes a que se muera la gente para quererla y hacer sentir tu afecto…
Serás feliz si aprendes a hacer felices a aquellos que te rodean…
Nunca visites panteones, ni llenes tumbas de flores; llena de amor corazones… En vida, hermano, en vida.»
Traigo a la par, a colación, un breve versículo de San Mateo (seamos o no creyentes, las palabras son precisas): «Bástele a cada día su propio afán…»
¡Dios nos bendiga a todos, México!
En fin.