Sismos II

Somos lo que hacemos, nuestras decisiones son las que nos van formando y forjando para bien, para mal.

Podemos hablar mucho sin decir más allá de lo que nuestras obras por sí mismas gritan con mayor claridad.

No hay reclamos, no hay momento libre para ello; ahora, como el Eclesiastés, es tiempo de concentrarse en levantar a los caídos, buscar a los desaparecidos, rescatar a algunos quienes todavía (con fe, esperanza y caridad patentes minuto a minuto) estén vivos, sacar los cuerpos de quienes no lograron sobrevivir, para poder entregarlos a sus deudos y se les de digna sepultura todo ello bajo los escombros, recoger, escombrar, limpiar, cuidar, proteger, cobijar, y después además de todo esta actividad y de los lamentos, lo arduo de reconstruir con cuidado pero con celeridad y todo esto, en la forma más organizada y viable posible, en el instante, conforme se requiere por la circunstancias, no por periodos y con pausas, sino en forma conjunta e inmediata.

Lo que si, cada uno desde su actuar, dedicándose a hacer lo que le toca, para apoyar, sin estorbar, según facultades, aptitudes y posibilidades (la actitud ejemplar, por sí misma, es evidente), debemos continuar siendo y laborando uno a uno, como las hormigas (leí la analogía que hoy hace Jorge A. Meléndez Ruíz al respecto, en: «Salvando a México a lo hormiga.»).

Solo como detalle, que se nos quede en la mente para cuando se requiera, tener presente el actuar de los mezquinos políticos, que no han apoyado o lo hacen a destiempo, forzados.

Que quede claro, no se trata de rencor, hostil ataque, ni desquite, sino un despertar realista que la naturaleza nos ha dado a base de sacudidas, porque ni más, ni en paralelo debe ser o haber sentimiento de odio sino aclararnos y en su momento tomar decisiones, para que ya no permitamos que se abuse más de nosotros ni se nos vea la cara.

Que no lucren los políticos con la necesidad de la población que la conformamos tú, ellos, nosotros, ustedes, pretendiendo actuar magnánimamente en supuesto apoyo, cediendo o no ejerciendo parcialmente en porcentajes en verdad nimios (20, 25 o 30 por ciento) recursos que de origen no son suyos, que nos los han quitado, que todos les aportamos sin decidirlo.

Que primero renuncien a algo sensato a la situación: sus prestaciones, prebendas y canonjías insensatas, a las sinecuras y excesos, además de renunciar a los miles de millones que se auto conceden en forma complaciente y sobre todo que no malgasten en sus campañas frente a la necesidad que ahora impera.

Quedarán en la memoria vivida los sismos (desafortunadamente hoy ya comprenden los que solo habían escuchado historias y realizaban simulacros como broma o momento de solaz sino es que con molestia o desdén, por no hacerles sentido) el del 7 y el del 19 de este mes de septiembre (como el de hace 32 años y su réplica del viernes 20 en la noche, para quienes los vivimos para contarlo, o el del 14 marzo del 79, por recordar los que ahora se vienen a la memoria).

Hay memoria colectiva que nos hermana.

En su momento, enfoquemos ese coraje para sacar a las lacras y parásitos de nuestra sociedad, retomando el destino en nuestras manos, cada uno, insisto, según nuestras aptitudes y capacidades.

Cada uno somos frágiles y endebles, efímero instante perecedero; juntos, somos todo y de generación en generación, pasando la estafeta, somos perenne y permanente eternidad.

Entre gusto y dolor, con orgullo, respeto y continuo trabajo, de pie me digo a mi mismo: ¡Viva nuestro México!

En fin.

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