Quemar naves… y no mirar atrás.

Encontrar el momento preciso para que suceda lo que quiero que transcurra.

Nada hay más fácil a la vez que complicado de lograr, fácil por ser lo obvio, difícil por la maraña de circunstancias que me hago en la cabeza y que, al enfrentarlas a la realidad, resultan del todo exageraciones inverosímiles que solo provocaron tormentas internas y nunca correspondieron con lo en verdad es.

Ser oportuno, pero sobre todo enfrentar los miedos, cualesquiera que sean y como se presenten.

Nunca el más terrible y profundo temor acontecido, me ha detenido. Al contrario, me ha motivado para, con más ahínco -después de enturbiar mi mente y luchar contra ello- afrontar lo que viene y salir fortalecido.

Bien se dice que lo que no mata endurece.

Pues bien, ha si ha sido y al echar una mirada hacia la memoria, me doy cuenta que todo el camino andado, con sus vaivenes ha sido para prepararme a lo que viene.

Nada es fortuito y todo tiene su porqué.

Nada es gratuito y si se está dispuesto a pagar el precio e incluso arrostrar el devenir incierto, por más feroz que sea la lucha, queda el ánimo engrandecido y el espíritu se exalta por las convicciones hechas realidad.

Ser cauto y prudente; sí, pero también no cejar en el empeño que los menesteres tengan a bien traer para, en buena lid, que si requiere, no serlo tanto, también, para salir avante.

Defender lo que corresponde.

Nada es para siempre, pero mientras tanto a sostenerlo y conservarlo para quienes vengan.

Ad augusta per angusta.

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