Cuando estoy solo, el tiempo se congela.
No transcurre nada o quizás sí, pero al no estar contigo, permanezco inerte hasta que apareces de nuevo y recobro vida.
Estoy quieto, en silencio el alma, callado el espíritu. Estático e impávido.
Al estar juntos, después de la hibernación de tu ausencia, a mi ser aquietado retorna la primavera y mi cuerpo rebosa de vida con una urgencia nerviosa que estalla de emoción al tener contacto con tus ojos, tu voz, tu piel, tu esencia.
La nada se trastoca en todo: luz, color, calor, armonía; también alegría y sufrimiento, valor y temor, esperanza y dolor, anhelo y desconsuelo…
Así de grande es el milagro del amor.
Así de eterno: júbilo en la entrega, en la permanencia y tristeza, desconsuelo en la ausencia.
En fin.