Los silencios, tan enormes, son ausencia de palabra precisa para transmitir lo que se siente y gritos que solo se escuchan al mirar a los ojos de quien calla.
Quien no habla, no dice absolutamente nada; pero si se pone atención, en ocasiones llega a expresar más que con abundancia de verborrea.
Lo inefable, a veces comunica mejor las ideas que no se pueden decir más que con la ausencia de vocablos.
Sin embargo, el silencio no se interpreta en forma correcta y lastima a quienes lo padecen: el silente y el que espera oír su voz.
El silencio duele, aunque en ocasiones también reconforta.
No hablar es protesta, es rebeldía, es castigo impuesto a quien solicita escuchar o auto impuesto a quien quisiera hablar.
El silencio es clamor agónico.
Pero también, a veces, es una forma de contrición e incluso de redimir culpas.
Que al fin y al cabo, cuando llega la muerte, silencia a cualquiera para ya no escucharlo jamás.
Entonces, el silencio ¿es ensayo de muerte y por eso llega a lastimar y hiere tanto?
En fin.