«Morir es moneda corriente -dijo Borges-. Morir es una costumbre que sabe tener la gente».

No es que me ponga lúgubre, ni sea pesimista a secas; de hecho, tampoco soy optimista. Más bien soy un desencantado pesimista; pero hace unos días leí esta frase y me hizo meditar al respecto.

En efecto, morir es algo inevitable y dicho en forma tan elegante por Borges, suena más interesante (aunque habrá quien vea en ello una verdad de Perogrullo).

Pero es que la inevitable muerte, que está presente desde que somos concebidos (solo dando el tiempo que corresponde a cada quien), es parte del propio ciclo de vida y ya que está por acabar el ciclo 2016, considero que el tema, como una de las tantas perspectivas desde las que puede enfocarse, viene al caso.

Dicen, algo más o menos así: la muerte está tan segura de su éxito que espera paciente toda la vida para ganar (otra forma irónica de contemplar lo inevitable).

Lo que es verdad en ambas concepciones, parte de una premisa inicial, algún día vamos a morir; pero también es verdad (sabia respuesta «en boca» de Snoopy, al responder a Charlie Brown), que los demás días (en que vivimos) ¡no!

Sobre esa premisa y más allá de conjeturas, mientras haya vida, con todos sus pormenores, decepciones, golpes, tristeza y desolación, hay que vivirla. ¡Carajo! Claro que hay que vivirla y tomarla como viene, al igual que los forcados a un toro que embiste: por los cuernos. 

Porque la vida vale por sí misma, y ya que estamos aquí hay que disfrutar hasta el hartazgo todo, incluso los terribles momentos, como aquellos que vienen con la muerte.

Decían los griegos, cuando alguien fallecía: «ha vivido».

¡Que así sea!

La vida hay que celebrarla y festejar que se es, que se existe, aún decepciones, frustraciones y depresiones (que no sean un problema psiquiátrico) de por medio, que a fin de cuentas siempre, de una u otra forma sale el sol, con o sin nosotros. De ahí, que de cada cual depende la opción de asimilar y levantarse cada día con ahínco (aunque amanezca nublada la conciencia y llorando el alma) para afrontar los derroteros y hacer del destino no un determinismo absoluto, sino oportunidad de ser y hacer algo diferente y retar a la vida misma, no con actos heroicos, sino paso a paso con los cambios que son más trascendentes: los cambios a uno mismo.

Ya vendrá el momento que eso termine y entonces ojalá que nos encuentre, en nuestro fuero con un último aliento: «he vivido».

En fin.

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