Llórame el cielo,
sin embargo,
ni siquiera hay desconsuelo.
Ojalá cuando de mis ojos lloviera,
fuera igual,
e impávido,
impertérrito,
continuara sin más.
Pero ¿qué hay?
Anhelos y afanes insatisfechos,
frustran mi existencia como nubarrones,
no permiten resplandecer
la esperanza.
Hay un dejo de ti en mi existencia,
recuerdo de tu paso por mi vivir;
tu perenne ausencia,
ahora,
huella dolorosa.
No hay porvenir,
ni siquiera un quizás
aquieta el silente grito ahogado en la penumbra cercana.
Se marchita mi existencia.
Antesala de una cada vez más cercana senectud,
ya se vislumbra en formas distintas en mi cuerpo,
que cada vez se hace más y más cansino,
que se va vaciando,
sin que haya ya que reciclar,
ni siquiera sentimientos,
ni recuerdos,
y duele ser,
duele estar,
agobia entonces vivir,
sin saber para qué,
más allá de un cotidiano sinsentido
a golpe de transcurrir las horas,
sin incentivo,
sin suspiro,
sin ese tal vez escondido
que antes tenía en la imaginación,
para en momentos de hastío
echarlo a volar,
crearme mundos alternos donde poder retozar;
liberar mi entendimiento en juegos absurdos
que me permitían divagar y sonreír,
por el solo vivirlos,
contándomelos a mí mismo,
satisfacer mis tiempos,
que al parecer,
ya se extinguieron
mucho antes que a mi llegue la muerte,
esa,
que de continuo,
ronda,
sin querer ser mirada,
para implacable
sacar la vida
y terminarla.