Después de todo la licantropía, es una forma imaginativa de venerar a la Luna.
Y es que al verla, en ocasiones estremece de lo hermosa, grande, maravillosa que es.
Me provoca nocturnal deseo de adorarla cual diosa, pero distante y altiva jamás se deja alcanzar; solo se solaza mostrándose, presumiéndose sin pudor durante siete días, para luego fingir que fenece, y que la llore en lo que parece su agonía y fatal ausencia…luego renacer mustia para irse apropiando del firmamento, de nuevo renacer plena y absoluta.
Es una dama cautivadora. Como tal, encantadora, misteriosa enseña lo que parece todo su ser, pero siempre guarda secretos ocultos que jamás nadie conocerá.
Es una atractiva diva, espía que se placea y de la que todo mundo cree conocer de tanto verla; sin embargo, siempre esconde algo más.
Ahí se encuentra para alumbrar y que se le admire, pero sin tocarla, porque fría como es, el encanto está solo en ser admirada para cautivarnos.
¡Ah, Luna bella! Estás hecha para mirarte y admirarte, apasionarse iluso y añorarte en ausencia, entristecerse a tal grado que cuando abandonas el cielo, se pone de luto y las estrellas son lágrimas que centellean mi lamento, para luego alegrarme cuando vuelves y de nuevo seguir el ciclo hasta que sencillamente sea yo quien ya no te vea.
No sé si me extrañaras, seguro estoy que no, pero tal vez, solo tal vez entonces muerto, igual de frío que tú, por fin, hecho polvo, te pueda tocar.
En fin.