Qué bonito es despertar en el mismo lecho donde yacimos y al abrir los ojos antes de la alborada, descubrirte plácida, de tal forma dormida.
Mirarte tan de cerca hasta absorber tu esencia al sentir tu respiración en el silencio oscuro.
Así, saberte viva, comprobar que existes, que no eres un febril sueño y que has sido mía en los escarceos y trances que precedieron a este amanecer.
Estas aún dormida, la noche va casi en forma tenue difuminándose al ir clareando.
En nuestra cama, al continuar viéndote, ahora más que sólo un contorno, pero aun sin ser del todo nítida, te me figuras el volcán Iztaccíhuatl y empiezo a comprender porque el Popocatépetl está incandescente y exhala fumarolas…
Pero aunque mi ser te clama, no oso siquiera rozarte con tenue caricia, pues descansas de tal manera que me suena a blasfemia siquiera tocarte con ternura.
De pronto, ya con la luz del amanecer en pleno, vas despertando.
Abres tus ojos me captas de inmediato y me ves sonriente.
Esos ojos son dos soles calurosos que no lastima verlos de frente; por el contrario, su luz y mi tenue reflejo que percibo en ellos, me indica que me tienes en ti, asido, aunque estoy fuera de ti observándote y deambulo en derredor tuyo con solo la mirada, pero quieto, para no moverme y turbar la tranquilidad con que regresas de tu sueño a la vida.
Pasa sin percibirlo el tiempo.
Nos asimilamos, mientras suave nos vamos sintiendo con el lánguido roce de los dedos, luego, de a pocos, con las manos nos reconocemos para verificar lo que el alma percibe en forma previa y, por lo mismo, ha hecho que te acostumbres a mi presencia y, sin sobresaltos me tengas a tu lado.
Transcurrimos calmos, sin el menor sobresalto en el infinito -de dos por dos- que es nuestro lecho, donde cabe todo lo que necesitamos el uno del otro, donde descubrimos el universo.
Solo después de no se cuanto tiempo de silente complacencia, alcanzamos a musitar un buenos días y un te quiero que se funden e integran al aire y a nuestros cuerpos para amalgamar todo nuestro sentimiento, deliquio previo que anuncia imperceptible el rico ayuntar salvaje, conjugar de esencias que deliciosas vuelan, fluyen y nos hace estar exquisitamente exhaustos de nuevo.
Así inicia nuestro día; así comienzo a amanecerte cada día.