Uno de noviembre 

Es cierto, lo que se lleva en el corazón nunca muere hasta que se desaparece, si es que no logró a su vez transmitirlo a otros a través de dejarlo a su vez depositado en el alguien más y así sucesivamente, una especie de tradición emocional al igual que existe la oral, tan imperecedera como el último de sus detentadores.

Hoy cumpliría 82 años mi papá y eso me hace recordarlo dentro de la mucha nostalgia, con la alegría de ser su hijo, transmisor a su vez a mis hijas, de esa tradición emocional a la que me refiero: intentar ser día a día mejor persona en las acciones para con los demás.

Y ahora que tengo un nieto y escucho a su madre, mi hija, educarlo y corregirlo, miro con no poco asombro que algo de mi padre he inculcado en las siguientes generaciones.

No lo digo con orgullo vano sino con humildad al observar el entorno que en cierto modo, de no ser en parte por mi padre y mi madre, sencillamente no existiría o no del todo en como lo tengo.

Hoy se festejaría su 82 cumpleaños; se dice que de los muertos ya no se celebran, de ser eso cierto, la memoria fenecería y romperíamos en cierta forma con nuestro pasado o lo que es lo mismo con la forma de entender nuestro presente.

Por eso estoy convencido, aunque sea meramente en la exclusiva intimidad de mi mente, de seguir haciéndolo y compartirlo hacia el viento -incluso vía este medio-solo por expresarlo para hacer un eco que no se detenga a pesar que no tenga destinatario alguno más que yo mismo, y con ello darme a la tarea de no olvidar a quien sigue tan presente en mí, con todo y que ya no tenga más existencia física.

No es un fantasma, sino una encarnación en mí, al igual que cada uno, de una u otra forma, lo somos en nuestros hijos y así sucesivamente, porque su legado es mi presente y el futuro de quienes han llegado y quienes vengan.

Y como cada 1º  noviembre, al igual que cada 16 de abril en su aniversario luctuoso, me vienen a la memoria las Coplas a la muerte de mi padre, de Jorge Manrique, las cuales ahora transcribo en como fueron escritas:

COPLAS DE DON JORGE MANRIQUE POR LA MUERTE DE SU PADRE
                    I
  Recuerde el alma dormida, 

avive el seso e despierte 

  contemplando 

cómo se passa la vida, 

cómo se viene la muerte 

  tan callando; 

  cuán presto se va el plazer, 

cómo, después de acordado, 

  da dolor; 

cómo, a nuestro parescer, 

cualquiere tiempo passado 

  fue mejor.
                    II
  Pues si vemos lo presente 

cómo en un punto s’es ido 

  e acabado, 

si juzgamos sabiamente, 

daremos lo non venido 

  por passado. 

  Non se engañe nadi, no, 

pensando que ha de durar 

  lo que espera 

más que duró lo que vio, 

pues que todo ha de passar 

  por tal manera.
                    III
  Nuestras vidas son los ríos 

que van a dar en la mar, 

  qu’es el morir; 

allí van los señoríos 

derechos a se acabar 

  e consumir; 

  allí los ríos caudales, 

allí los otros medianos 

  e más chicos, 

allegados, son iguales 

los que viven por sus manos 

  e los ricos.
            INVOCACIÓN
                    IV
  Dexo las invocaciones 

de los famosos poetas 

  y oradores; 

non curo de sus ficciones, 

que traen yerbas secretas 

  sus sabores. 

  Aquél sólo m’encomiendo, 

Aquél sólo invoco yo 

  de verdad, 

que en este mundo viviendo, 

el mundo non conoció 

  su deidad.
                    V
  Este mundo es el camino 

para el otro, qu’es morada 

  sin pesar; 

mas cumple tener buen tino 

para andar esta jornada 

  sin errar. 

  Partimos cuando nascemos, 

andamos mientra vivimos, 

  e llegamos 

al tiempo que feneçemos; 

assí que cuando morimos, 

  descansamos.
                    VI
  Este mundo bueno fue 

si bien usásemos dél 

  como debemos, 

porque, segund nuestra fe, 

es para ganar aquél 

  que atendemos. 

  Aun aquel fijo de Dios 

para sobirnos al cielo 

  descendió 

a nescer acá entre nos, 

y a vivir en este suelo 

  do murió.
                    VII
  Si fuesse en nuestro poder 

hazer la cara hermosa 

  corporal, 

como podemos hazer 

el alma tan glorïosa 

  angelical, 

  ¡qué diligencia tan viva 

toviéramos toda hora 

  e tan presta, 

en componer la cativa, 

dexándonos la señora 

  descompuesta!
                    VIII
  Ved de cuán poco valor 

son las cosas tras que andamos 

  y corremos, 

que, en este mundo traidor, 

aun primero que muramos 

  las perdemos. 

  Dellas deshaze la edad, 

dellas casos desastrados 

  que acaeçen, 

dellas, por su calidad, 

en los más altos estados 

  desfallescen.
                    IX
  Dezidme: La hermosura, 

la gentil frescura y tez 

  de la cara, 

la color e la blancura, 

cuando viene la vejez, 

  ¿cuál se para? 

  Las mañas e ligereza 

e la fuerça corporal 

  de juventud, 

todo se torna graveza 

cuando llega el arrabal 

  de senectud.
                    X
  Pues la sangre de los godos, 

y el linaje e la nobleza 

  tan crescida, 

¡por cuántas vías e modos 

se pierde su grand alteza 

  en esta vida! 

  Unos, por poco valer, 

por cuán baxos e abatidos 

  que los tienen; 

otros que, por non tener, 

con oficios non debidos 

  se mantienen.
                    XI
  Los estados e riqueza, 

que nos dexen a deshora 

  ¿quién lo duda?, 

non les pidamos firmeza. 

pues que son d’una señora; 

  que se muda, 

  que bienes son de Fortuna 

que revuelven con su rueda 

  presurosa, 

la cual non puede ser una 

ni estar estable ni queda 

  en una cosa.
                    XII
  Pero digo c’acompañen 

e lleguen fasta la fuessa 

  con su dueño: 

por esso non nos engañen, 

pues se va la vida apriessa 

  como sueño, 

e los deleites d’acá 

son, en que nos deleitamos, 

  temporales, 

e los tormentos d’allá, 

que por ellos esperamos, 

  eternales.
                    XIII
  Los plazeres e dulçores 

desta vida trabajada 

  que tenemos, 

non son sino corredores, 

e la muerte, la çelada 

  en que caemos. 

  Non mirando a nuestro daño, 

corremos a rienda suelta 

  sin parar; 

desque vemos el engaño 

y queremos dar la vuelta 

  no hay lugar.
                    XIV
  Esos reyes poderosos 

que vemos por escripturas 

  ya passadas 

con casos tristes, llorosos, 

fueron sus buenas venturas 

  trastornadas; 

  assí, que no hay cosa fuerte, 

que a papas y emperadores 

  e perlados, 

assí los trata la muerte 

como a los pobres pastores 

  de ganados.
                    XV
  Dexemos a los troyanos, 

que sus males non los vimos, 

  ni sus glorias; 

dexemos a los romanos, 

aunque oímos e leímos 

  sus hestorias; 

  non curemos de saber 

lo d’aquel siglo passado 

  qué fue d’ello; 

vengamos a lo d’ayer, 

que también es olvidado 

  como aquello.
                    XVI
  ¿Qué se hizo el rey don Joan? 

Los infantes d’Aragón 

  ¿qué se hizieron? 

¿Qué fue de tanto galán, 

qué de tanta invinción 

  como truxeron? 

  ¿Fueron sino devaneos, 

qué fueron sino verduras 

  de las eras, 

las justas e los torneos, 

paramentos, bordaduras 

  e çimeras?
                    XVII
  ¿Qué se hizieron las damas, 

sus tocados e vestidos, 

  sus olores? 

¿Qué se hizieron las llamas 

de los fuegos encendidos 

  d’amadores? 

  ¿Qué se hizo aquel trovar, 

las músicas acordadas 

  que tañían? 

¿Qué se hizo aquel dançar, 

aquellas ropas chapadas 

  que traían?
                    XVIII
  Pues el otro, su heredero 

don Anrique, ¡qué poderes 

  alcançaba! 

¡Cuánd blando, cuánd halaguero 

el mundo con sus plazeres 

  se le daba! 

  Mas verás cuánd enemigo, 

cuánd contrario, cuánd cruel 

  se le mostró; 

habiéndole sido amigo, 

¡cuánd poco duró con él 

  lo que le dio!
                    XIX
  Las dávidas desmedidas, 

los edeficios reales 

  llenos d’oro, 

las vaxillas tan fabridas 

los enriques e reales 

  del tesoro, 

  los jaezes, los caballos 

de sus gentes e atavíos 

  tan sobrados 

¿dónde iremos a buscallos?; 

¿qué fueron sino rocíos 

  de los prados?
                    XX
  Pues su hermano el innocente 

qu’en su vida sucesor 

  se llamó 

¡qué corte tan excellente 

tuvo, e cuánto grand señor 

  le siguió! 

  Mas, como fuesse mortal, 

metióle la Muerte luego 

  en su fragua. 

¡Oh jüicio divinal!, 

cuando más ardía el fuego, 

  echaste agua.
                    XXI
  Pues aquel grand Condestable, 

maestre que conoscimos 

  tan privado, 

non cumple que dél se hable, 

mas sólo como lo vimos 

  degollado. 

  Sus infinitos tesoros, 

sus villas e sus lugares, 

  su mandar, 

¿qué le fueron sino lloros?, 

¿qué fueron sino pesares 

  al dexar?
                    XXII
  E los otros dos hermanos, 

maestres tan prosperados 

  como reyes, 

c’a los grandes e medianos 

truxieron tan sojuzgados 

  a sus leyes; 

  aquella prosperidad 

qu’en tan alto fue subida 

  y ensalzada, 

¿qué fue sino claridad 

que cuando más encendida 

  fue amatada?
                    XXIII
  Tantos duques excelentes, 

tantos marqueses e condes 

  e varones 

como vimos tan potentes, 

dí, Muerte, ¿dó los escondes, 

  e traspones? 

  E las sus claras hazañas 

que hizieron en las guerras 

  y en las pazes, 

cuando tú, cruda, t’ensañas, 

con tu fuerça, las atierras 

  e desfazes.
                    XXIV
  Las huestes inumerables, 

los pendones, estandartes 

  e banderas, 

los castillos impugnables, 

los muros e balüartes 

  e barreras, 

  la cava honda, chapada, 

o cualquier otro reparo, 

  ¿qué aprovecha? 

Cuando tú vienes airada, 

todo lo passas de claro 

  con tu flecha.
                    XXV
  Aquel de buenos abrigo, 

amado, por virtuoso, 

  de la gente, 

el maestre don Rodrigo 

Manrique, tanto famoso 

  e tan valiente; 

sus hechos grandes e claros 

non cumple que los alabe, 

  pues los vieron; 

ni los quiero hazer caros, 

pues qu’el mundo todo sabe 

  cuáles fueron.
                    XXVI
  Amigo de sus amigos, 

¡qué señor para criados 

  e parientes! 

¡Qué enemigo d’enemigos! 

¡Qué maestro d’esforçados 

  e valientes! 

  ¡Qué seso para discretos! 

¡Qué gracia para donosos! 

  ¡Qué razón! 

¡Qué benino a los sujetos! 

¡A los bravos e dañosos, 

  qué león!
                    XXVII
  En ventura, Octavïano; 

Julio César en vencer 

  e batallar; 

en la virtud, Africano; 

Aníbal en el saber 

  e trabajar; 

  en la bondad, un Trajano; 

Tito en liberalidad 

  con alegría; 

en su braço, Aureliano; 

Marco Atilio en la verdad 

  que prometía.
                    XXVIII
  Antoño Pío en clemencia; 

Marco Aurelio en igualdad 

  del semblante; 

Adriano en la elocuencia; 

Teodosio en humanidad 

  e buen talante. 

  Aurelio Alexandre fue 

en desciplina e rigor 

  de la guerra; 

un Constantino en la fe, 

Camilo en el grand amor 

  de su tierra.
                    XXIX
  Non dexó grandes tesoros, 

ni alcançó muchas riquezas 

  ni vaxillas; 

mas fizo guerra a los moros 

ganando sus fortalezas 

  e sus villas; 

  y en las lides que venció, 

cuántos moros e cavallos 

  se perdieron; 

y en este oficio ganó 

las rentas e los vasallos 

  que le dieron.
                    XXX
  Pues por su honra y estado, 

en otros tiempos passados 

  ¿cómo s’hubo? 

Quedando desamparado, 

con hermanos e criados 

  se sostuvo. 

  Después que fechos famosos 

fizo en esta misma guerra 

  que hazía, 

fizo tratos tan honrosos 

que le dieron aun más tierra 

  que tenía.
                    XXXI
  Estas sus viejas hestorias 

que con su braço pintó 

  en joventud, 

con otras nuevas victorias 

agora las renovó 

  en senectud. 

  Por su gran habilidad, 

por méritos e ancianía 

  bien gastada, 

alcançó la dignidad 

de la grand Caballería 

  dell Espada.
                    XXXII
  E sus villas e sus tierras, 

ocupadas de tiranos 

  las halló; 

mas por çercos e por guerras 

e por fuerça de sus manos 

  las cobró. 

  Pues nuestro rey natural, 

si de las obras que obró 

  fue servido, 

dígalo el de Portogal, 

y, en Castilla, quien siguió 

  su partido.
                    XXXIII
  Después de puesta la vida 

tantas vezes por su ley 

  al tablero; 

después de tan bien servida 

la corona de su rey 

  verdadero; 

  después de tanta hazaña 

a que non puede bastar 

  cuenta cierta, 

en la su villa d’Ocaña 

vino la Muerte a llamar 

  a su puerta,
                    XXXIV
  diziendo: «Buen caballero, 

dexad el mundo engañoso 

  e su halago; 

vuestro corazón d’azero 

muestre su esfuerço famoso 

  en este trago; 

  e pues de vida e salud 

fezistes tan poca cuenta 

  por la fama; 

esfuércese la virtud 

para sofrir esta afruenta 

  que vos llama.»
                    XXXV
  «Non se vos haga tan amarga 

la batalla temerosa 

  qu’esperáis, 

pues otra vida más larga 

de la fama glorïosa 

  acá dexáis. 

  Aunqu’esta vida d’honor 

tampoco no es eternal 

  ni verdadera; 

mas, con todo, es muy mejor 

que la otra temporal, 

  peresçedera.»
                    XXXVI
  «El vivir qu’es perdurable 

non se gana con estados 

  mundanales, 

ni con vida delectable 

donde moran los pecados 

  infernales; 

  mas los buenos religiosos 

gánanlo con oraciones 

  e con lloros; 

los caballeros famosos, 

con trabajos e aflicciones 

  contra moros.»
                    XXXVII
  «E pues vos, claro varón, 

tanta sangre derramastes 

  de paganos, 

esperad el galardón 

que en este mundo ganastes 

  por las manos; 

e con esta confiança 

e con la fe tan entera 

  que tenéis, 

partid con buena esperança, 

qu’estotra vida tercera 

  ganaréis.»
[Responde el Maestre:]
                    XXXVIII
  «Non tengamos tiempo ya 

en esta vida mesquina 

  por tal modo, 

que mi voluntad está 

conforme con la divina 

  para todo; 

  e consiento en mi morir 

con voluntad plazentera, 

  clara e pura, 

que querer hombre vivir 

cuando Dios quiere que muera, 

  es locura.»
[Del maestre a Jesús]
                    XXXIX
  «Tú que, por nuestra maldad, 

tomaste forma servil 

  e baxo nombre; 

tú, que a tu divinidad 

juntaste cosa tan vil 

  como es el hombre; 

tú, que tan grandes tormentos 

sofriste sin resistencia 

  en tu persona, 

non por mis merescimientos, 

mas por tu sola clemencia 

  me perdona».
        FIN
                    XL
  Assí, con tal entender, 

todos sentidos humanos 

  conservados, 

cercado de su mujer 

y de sus hijos e hermanos 

  e criados, 

  dio el alma a quien gela dio 

(el cual la ponga en el cielo 

  en su gloria), 

que aunque la vida perdió, 

dexónos harto consuelo 

  su memoria.

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