De esas tardes de domingo, frías, nubladas que resultan melancólicas, crean un vacío que dejan sensación de horfandad
Se desdibuja el ser, nada hay, solo estar.
Pongo agua a calentar para prepararme un café y llenar el tiempo con cosas que hacer, aunque sean simples, sencillas como debiera ser la vida misma, sin pensar, para no seguir en este aletargamiento que angustia.
Quieto veo hacia afuera cuando debiera mirar a mis adentros, pero prefiero expurgar y esculcar lo externo ajeno a mí, a fin de perderme en ello, para no tener que enfrentarme a ese vacío existencial que de tan profundo parece infinito y es el que genera mi sensación de la nada afuera, que no es otra cosa que el reflejo de lo que tengo dentro: vacío, nada.
Espectros de coral, manchas alucinantes sin ton ni son: caos.
Sin sentidos girando, torbellinos que se llevan todo dejan desolado mi ser.
No hay miedo, solo tristeza que no quiere ser desesperanza.
Pero no me hagas caso, es solo lo propio de una tarde de domingo que está desolada y el alma me llora a raudales, tanto que ya también el cielo me acompaña haciendo eco de mi llanto.
En fin.