Compartir para vivir.
No se trata de algo altruista, ni de considerar una petición para una labor social, aunque es ambas.
Cuando estamos con la persona amada (pareja, hijos, padres, amigos e incluso en otra dimensión a la mascota ) después que pasan los años, caemos en la costumbre y damos por sentada su presencia como si esta fuera para siempre; entonces empezamos con omisiones y falta de consideraciones que en cambio a terceros que a penas conocemos estamos dispuestos a prodigarlas.
Olvidamos fácil a la o las personas que percibimos como afianzadas a nosotros, como alguien que ahí está y estará sin más necesidad de cuidarla y a veces casi las olvidamos.
Si se comienza el dar, en todos los aspectos, con esos «olvidados más próximos» con los que tenemos de cerca a diario, nuestros cotidianos, con quienes vivimos y compartimos, quienes nos conocen tal como somos desnudos de cualquier máscara y así tal cual nos aceptan sin condiciones, incluso la dinámica de nuestra relación mejora.
El afecto sincero, puede no solo ser paliativo sino hasta curativo.
Claro que, para adoptar esa actitud, se requiere estar convencido, no forzado y eso creo que se llama persuasión la que uno se hace así mismo.
Lo dice el diccionario:
«persuasión. (Del lat. persuasĭo, -ōnis). 1. f. Acción y efecto de persuadir. 2. f. Aprehensión o juicio que se forma en virtud de un fundamento».
Si nos damos cuenta -buscando, reflexionado- del fundamento que nos lleve a ese juicio que modifique nuestro comportamiento hacia los que amamos, nos llevará a compartirnos para con ellos y no ser candil de la calle y oscuridad de la casa.
En fin.