El viento susurra una tenue melodía que si bien se escucha, es continua tonada que maravilla.
Esa calma tranquiliza los sentidos, de tal modo, crea un ritmo acompasado entre el entorno y el latir del corazón.
Se aquieta todo y sin embargo fluye.
Nada desentona y la naturaleza con su compás crea un entorno único que conjuga lo que hay afuera con mi yo.
Me doy cuenta que no solo oigo, también toco, huelo, saboreo y veo el aire que saltarín va de nota en nota que unificadas crean eso que ya es una sinfonía a la que se integran las ramas de los árboles, el trinar de algunos pájaros y los grillos, en entradas ordenadas y siguiendo una singular partitura.
En la gloria del momento esta lo impredecible, no sé que vendrá, pero todo marcha como si los ensayos hubieran logrado tal integración en el ensamble.
Las cosas saldrán de una u otra forma, la vida continuará y yo con ella en armonía total.
El entorno y yo somos uno mismo.
Se produce una dulce música que no se percibe más que para los que estamos en la misma sintonía.
Me doy cuenta que ese canto es aquél que cada uno trae adentro y que a veces no se alcanza a percibir porque el inconsciente lo acalla.
Ahora, de momento, disfruto el concierto.