De hecho me gusta más la palabra reservorio. Como su sinónimo, me es más afín a la gracia de lo sutil y poético, aunque puede confundirse, y por eso uso una más -digamos-convencional.
Pues bien, tanto una biblioteca, una librería de libros nuevos o viejos (de las que por desgracia cada vez hay menos, por el avance tecnológico que las está extinguiendo), son esos hermosos lugares a simple vista apacibles, pero esos depósitos están tan llenos de vida, aventuras y sabiduría extrema que a quien sabe estar en ellos, les aguarda inquietud, desenfreno, pasión y plenitud de anhelos satisfechos.
Experiencia azarosa, calma inquietante, fluir de conocimientos y pensamientos volando al infinito, con tan solo decidirse a abrir uno de esos ejemplares que cómo soldados, permanecen quietos, erguidos en posición de firmes, callados, hasta que son tomados y se les abre.
Entonces comienza la magia.
Creaciones humanas que divinizan lo temporal y lo sacralizan haciendolo parecer casi una deidad.
Expectativas, ora satisfechas ora frustradas, pero siempre hábidos de mayores búsquedas que logren saciar el ansia de conocimiento.
Se ora trabajando como dicen los dominicos, pero también leyendo, aprendiendo y de vez en vez enseñando también es una forma de rezar.
Pareciera que cuando se logra entablar ese paradójico diálogo mudo, a través de la lectura con el escritor, se expanden todas las posibilidades existentes de comunicación, el hacer y ser de lo que hay y lo que puede llegar a crearse a partir de ello.
Quien sabe estar y disfrutar entre libros, está cerca del conocimiento y de la libertad.
El pensamiento, cercanía al infinito y el camino más fácil para ello es la lectura.
En fin.