«bonhomía. (Del fr. bonhomie). 1. f. Afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento».
Camino a una reunión, me topé de manera circunstancial con una persona añosa, pero afable, quien desprendía una bondad que a plena luz la hacía brillar.
Sin saber porqué, me acerqué a ese ser y sin más le pregunté acerca no sé de qué -en verdad no lo recuerdo- y con una sonrisa cálida y hermosa me respondió -lo cuál si se me grabó, como si lo hubiera anotado-:
«Quien se comporta con bonhomía, jamás es abyecto, aunque puede ser objeto de la tristeza del alma -envidia- de aquellas personas mezquinas, bañas, frívolas, que ven evidenciada su fealdad interior ante la magnanimidad de quien es longánimo.
He visto el disfraz tras el que se esconden los falsos y fementidos que logran engañar a vulnerables incautos, ingenuos y necesitados de amor para despojarlos de sus bienes y lo mas terrible de su propio ser y dignidad.
Más independiente de si pagan o no por sus fechorías a manos de terceros peor de terribles que ellos, en sus propias tropelías esta el estigma de su mal proceder, como lepra que les marca para evidenciarlos frente a aquellos, incluso pares, que son ante quienes altivos pretenden ostentar sus frutos podridos…».
Me quedé atónito.
Cuando caí en la cuenta, se había alejado de mí, lo vi a lo lejos, más por esa su estela de luz que por identificarlo, pero lo dejé irse, sin atreverme a seguirlo, solo miré como su halo avanzaba y parecía detenerse ocasionalmente para continuar su avance.
Traigo a colación esto que me dijo ese ser, no se si llamarlo pensador, poeta, profeta o loco, que vaga por las calles sin pedir nada y que si se le halla y pregunta responde pausado y con paciencia ancestral a quien quiere respuestas, acerca de los porqués.
Hay seres humanos con los que nos topamos fortuita y gratamente, y como llegan desaparecen, pero nos dejan enseñanzas que, de menos, nos hacen detenernos en nuestro cotidiano andar, para reflexionar.
En fin.