De repente, sin saber porqué, se viene la emoción tantas veces guardada, tan escondida que no se identifica y desconcierta una vez que se manifiesta.
De tanto estar inmerso en lo cotidiano y dejando a un lado todo lo demás, incluyendo todo lo personal, resulta que se nos esconde el sentimiento y cuando de la nada aparece -sin que se espere- es algo que sorprende e incluso llega a apabullar por la impresión que causa, sino es que hasta asusta y se queda uno pasmado, estático, quieto y nada más.
Cuando por fin se toma conciencia y se ubica, lo primero que quiere uno hacer es volver a esconderlo por donde sea, pero ya es tarde para ello pues su presencia es tan abierta, tan manifiesta, que me rebasa y desborda.
Así es, a mi pesar.
Sucede que los acontecimientos que menos se esperan, suceden. Así, sin más.
Y atónito los presencio para luego asimilarlos y después del aturdimiento, buscar intentar entender lo que pasó para luego, de ser posible, reparar, restañar y lograr volver a andar, con la dignidad y el cuerpo más o menos a salvo, raspados, abollados pero seguir en lo cotidiano.
Y no es que se requiera alún evento catastrófico o una situación extrema; a veces basta algo tan simple como una palabra, un gesto para que se detone toda una explosión fluyendo sin poderla detener.
Esta vida es de levantarse y andar; volver hacerlo y así continuar, tantas veces como sea necesario y mientras sea posible.
Tratar y tratar, hasta más no poder y volver a tratar.
¿Acaso es qué falta un algo más?
En fin.