Vivir la vida.

Pensandolo bien, vivir en sí, es toda una emoción y hasta un riesgo.

No hay que buscar experiencias extremas; basta con levantarse cada día y para emprender la jornada, con el  respectivo previo repasar el «plan de vuelo» y luego el «check list», ya listo para arrancar, como avión saliendo del hangar rumbo al horizonte, emprender el vuelo a la hora que a cada quien corresponde.

En mi caso, en época de academia, en la universidad, los días que me toca dar clase, salgo a más tardar a las 6:20 a.m.; cuando no tengo clases, voy directo al despacho, entonces suelo salir a las 5:30 a.m., para ir previamente un rato a hacer algo de ejercicio antes de meterme de lleno en el trabajo -algo así como una especie de catarsis para luego imbuirme limpio en la chamba y aguantar presiones-  

Total, que mi vida cada día inicia antes que canta el gallo y sin siquiera amanecer, para disfrutar la belleza de la ciudad  que en gran parte aún no termina de despertar, para ganarle al sol en su salida y buscar intentar darle el buenos días sonriente.

Bueno, es lo que se me ocurre cada despertar. 

Luego, comienza todo lo cotidiano, donde momento a momento se dan diferentes situaciones y circunstancias dentro o fuera del «plan de vuelo», y sencillamente hay que enfrentarlo y a continuar.

Así transcurre el día y van solucionandose unas cosas y surgiendo otras tantas. Llega la tarde, un momento para comer y posteriormente a continuar una y otra vez.

Llega la noche y en un instante es hora de partir de nuevo a los lares de uno, para como toro de lidia, acercarse a las querencias, ver un rato a alguien más fuera de lo profesional, conversar lo que se pueda, «ponerse al tanto» tomar y comer algo, leer o ver un poco de tele y dormir para recuperar fuerzas e iniciar una jornada al día o más bien madrugada siguiente y así mientras haya vida.

Entonces ¿por qué la rutina es un riesgo? porque no es tanto lo que se hace, sino como se lleva a cabo, con el suficiente anhelo para hacerlo cada vez en forma diferente.

Permitaseme explicarme con un ejemplo: he pisado algunos campos de golf, solo cinco, tres en Querétaro y dos en la Ciudad de México, a penas llevo poco más de un año de haber iniciado, disto mucho de ser apenas algo así como un villamelón del ambiente taurino, pero puedo decir que después de jugar la mayor parte de las veces en el mismo campo -San Gil- hubo un momento que se me hizo algo un tanto cuanto aburrido, es decir, de continuo el mismo circuito de 18 hoyos me comencé a cansar, hasta que de pronto entendí -en un instante de lucidez, que, al igual que en la vida, no se trata de que sea el mismo lugar sino la emoción de como recorrer el campo, una y otra vez, hacer los tiros, y convivir con los amigos, iniciando en el hoyo 1 con independencia del clima o bien no hacerlo porque haya tormenta.

Total que lo que interesa no es tanto el lugar, la situación, lo repetitivo de lo cotidiano, la rutina -a veces tan vilipendiada, pero que al final se da uno cuenta lo que vale y se agradece- sino lo que se hace con lo que se tiene y sobre todo, disfrutarlo a plenitud, en forma cabal.

Y si esto de la existencia va acompañado de una mujer al lado -grata compañía que complemente- en definitiva se hace placentera la jornada de vida.

En fin.
  

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