Cuando el ser humano tiene tiempo para el ocio y toma conciencia de su existencia, comienza a formularse una serie de cuestionamientos acerca de su existencia.
Esto no es nuevo; solo cambian las circunstancias dentro de las cuales se reformulan las preguntas acerca de las mismas ideas, recicladas.
Dentro de los pensamientos más comunes están la propia existencia, el ser, la trascendencia y el significado de lo que se hace en el entorno de la limitante de lo finito de la existencia frente a la bastedad de lo infinito y la eternidad -conceptos ambos que nos formulamos como verdades intrínsecas, que si bien no son sinónimos, son sinonimias implícitas la una en la otra- paradigmas, principios inexcrutables, constantes que fueron, son y serán, a pesar del devenir propio en la cortedad de nosotros como humanos y se acaba reflexionando que trascendemos en nuestras obras y/o en nuestra descendencia, aunque corporalmente -sino es que también de aquello que suponemos, por acto de fe, es inmortal; es decir, el alma- tengamos caducidad.
Andando por estos caminos tortuosos, que en ocasiones han hecho caer a la humanidad -o parte de ella- en excesos como el hedonismo, el existencialismo y tantos otros ismos, que se reflejan en pensamientos como el de Jean Paul Sarte, triste, pesimista y que conduce a un callejón sin salida; o de hombres como George Eastman (que en su nota suicida escribió: «to my friends: my work is done. Why wait?); o a petulancias y soberbias, sino es que frivolidades de llegar a sentirse único e insustituible, claro hasta que eso se acaba, de una manera salvaje que arrebata, porque llega alguien más soberbio y con más poder o bien de una forma más benigna, con la muerte misma.
Y mientras en el medio, quizás como el contenido del sandwich, existe un pensamiento más contenido, pero no por ello constreñido o limitado, de aquellos que en un tono igual de dubitativo, pero más acotado a situaciones simples de momentos de vida -como el caso de este escribidor- nos ponemos de vez en vez reflexivos acerca de lo hecho, de lo vivido, de lo rápido que como un parpadeo se consume la existencia individual en este marisma existencial de la propia circunstancia y situación de vida, mirando como se consume el tiempo -que nunca es suficiente- para intentar hacer algo más en la cortedad del camino que a cada uno le toca transitar.
No hay el gran análisis filosófico, ni el pensar en eternidades que difícilmente entiendo por mi limitada capacidad intelectual. Solo hay el pensar y discurrir acerca de cada momento transcurrido y lo que vendrá, como afecta en lo que se va haciendo y lo que se construye más bien para los demás en un continuo crear para que alguien más -ojalá- tome la tarea, aún destruyendo lo realizado por uno, con tal de mejorar en función no a un egoismo individualista, sino como parte de un todo, en el que cada individuo es importante y relevante para los demás y para sí mismo.
Y en eso está mi cavilar, no permanente, pero si continuo, cuando lo permite la jornada laboral.
En fin.