No hay viajes cortos o largos, sino experiencias que como se quieran mirar son gozosas o no. Eso depende de cada quien.
El único viaje corto que existe, es la vida misma y no cae uno en la cuenta, hasta que esta por terminar.
La vida en realidad es un suspiro y como tal, se escapa al aire en cuanto se termina de exhalar.
Por eso, en vez de discurrir acerca del infinito, hay que buscar disfrutar cada instante, aún los más terribles, porque algún sentido -aunque no se entienda en el momento- tendrán.
Y todos estamos llenos de anécdotas al respecto, buenas o malas, tristes o alegres, eufóricas o deprimentes; pero, si se han dado y las podemos recordar y aún mejor, contar con una sonrisa o una furtiva lágrima, es que de una u otra forma hemos podido llegar hasta donde ahora nos encontramos.
No se trata de buscar el optimismo a ultranza, sino de estar lo más conscientes posible del presente -finito- donde en verdad podemos hasta casi tocar y sentir parte de eso que denominamos infinito o de menos así se nos parece.
El aquí y el ahora que de continuo se están viviendo, sin percibitlo, son lo después queda como recuerdo, que a pesar de olvidarlo quien lo vivió, a veces deja huella, para bien o para mal, en terceros, que tal vez se encargarán alguna vez en el futuro de recordárnoslo.
Aquí estamos, viviendo -dolor o alegría- y lo que procede es asumirlo; porque se quiera o no, se sepa o no, es y punto.
No hay opción o la que haya, no es, porque en la muerte no se es, no se está.
En fin.