Cada víspera de fin de semana es una ilusión para la mayoría de los llamados «Godínez» (universitarios -entre los 20´s y 30´s- convertidos a oficinistas más acercados a burócratas que a verdaderos profesionistas), pero no es el motivo de este escrito elucubrar respecto del significado y esencia de estos personajes.

Lo que sí, es comentar acerca de la sensación de «liberarse» que experimentan cada que llega el viernes para, a partir de la noche, sábado y domingo (hasta antes que llegue la tarde, en que conforme la luz se va extinguiendo les entra una depresión pre-lunes -mezcla de cruda y trasnochadas-) donde les empieza la sensación de que reiniciará su esclavitud.

Pues bien, esa sensación es exponencial con un puente (día inhábil -sea viernes o lunes- junto a un fin de semana), y es el acabose si se juntan cuatro días como en el caso de Semana Santa, ya no se diga en las vacaciones: tremenda, aunque finita, parusía.

Pero todo lo que inicia, termina, así que en nuestro mundo lo comienza, acaba y ya, a otra cosa.

Al concluir la travesía por el mundano nirvana, la espiral de disfrute se hace como embudo al final donde vuelve a empezar la realidad.

Se terminaron las vacaciones de verano (Semana Santa y Pascua) y es cuando comienza el verdadero via crucis de vacacionistas, que retornan cansados a su cotidianidad.

A los que no vacacionamos y nos quedamos chambeando, no pasaremos por el proceso de los que regresan, por lo que los veremos arribar cual zombies en el mejor de los casos, escucharemos sus anécdotas y seguiremos en lo nuestro.

Bienvenidos a la tierra no prometida, pero donde vivimos desde que a nuestros padres los echaron del paraíso,según la tradición judeo-cristiana, que nos inculcaron, para portarnos bien y tener la esperanza de la vacación eterna…

En fin.