De citas e ilusiones

Mientras voy de viaje en autobús, escuchando música en mi ipad, en modo aleatorio (como de continuo lo hago, supongo he de ser muy original), en forma circunstancial que aparece la canción «Aquarius/Let the Sunshine In», de The 5th Dimension.

Es una canción de fines de los 60´s (1968), que me encanta.
De ahí, más raudo que el viaje, me vino a la mente el recuerdo de la película «Hair» de Milos Forman1979 (basada en una obra musical del mismo nombre que se presentó fuera de Broadway -en el off-Broadway- desde 1967 y luego en la cuna neoyorkina del teatro a partir de 1968; posteriormente en diversas partes del mundo).
Hair, opera beat acerca de la cultura hippie, tuve la oportunidad de verla precisamente hecha filme en una de las salas de cine de la actual Cineteca Nacional,, en 1980 (en esa  época, era la Plaza de los Compositores) y puedo decir que en lo personal me encantó. 
De ese recuerdo me surgió otro paralelo e inversamente proporcional a mi gusto por la película en comento: mi cita con una mujer -tres años mayor que yo- con la que tuve una primera y única cita esa noche.
La película, reitero, me encantó; la cita…bueno, pues en definitiva fue un completo fracaso.
La chica en comento, quien se me hizo atractiva desde que la vi por primera vez, era la hermana de una vecina, cuando aún vivía yo en casa de mis papás (yo tenía 17 años, aunque de siempre me veía mayor, lo que desde niño para mí, fue un pesar que cambió a partir de los 14 años, gracias a lo cual, supe de los beneficios de esa mi apariencia, gracias a la que, a esa temprana edad pude entrar a ver una película para adultos «Tintorera», en el cine Ciudadela ¡Ah, que tiempos!)
La recuerdo, válgame la redundancia, como un recuerdo del cual ahora puedo platicar con una sonrisa en los labios. Me explico, ella era como de 1.65 de estatura, morena clara, bonita de cara, cutis suave, naricita pequeña y respingada; de pelo castaño oscuro; delgada con cinturita de avispa; unas caderas y senos no desbordantes ni excesivos, pero si notoriamente sublimes; unos muslos exquisitos y pie pequeño: en fin, de voltear a verla. Pero, más allá…nada. 
Me animé a invitarla a salir y que me dice que si. Bueno imaginen mi grata sorpresa y gusto doble: una cita con una mujer de suspiro e ir con ella a ver una película que se me antojaba (ilusión concretada) estaba feliz, nervioso, pero contento.
Imaginaba que platicaríamos, veríamos la película, luego a cenar donde de nuevo platicaríamos a gusto y de ahí (volé en mi mente hasta el infinito y más allá), cortejarla, enamorarme de ella y suspiros y más suspiros.   
Pero sencillamente, en definitiva no hubo click y de esa cita con lo que me quedo en firme, es mi grato recuerdo de haber disfrutado la película, que a la fecha he visto al menos un par de veces más.
Mi reflexión, a 35 años de ese suceso que marcó hasta la fecha mi gusto por el filme referido, es lo cómico que en ocasiones resultan las cosas. 
Hago un paréntesis: concedo sin ambages que el paso del tiempo distorsiona las experiencias vividas y  cuando se les rememora, se magnifican o se les resta importancia, si no es que se les minimiza; total, que se distorsiona en el presente lo vivido y se va transformando conforme pasa el tiempo.
Ello no es óbice (que me sale lo abogado litigante), para que en mi remembranza de lo acontecido observe, a toro pasado, que muchas veces he presupuesto (craso error) situaciones y en las citas que tuve, hubo de todo, la mayor parte, cosas o situaciones chuscas (ahora me lo parecen, obvio en el momento por supuesto no), que a base de regresarme a la mente, me dibujan de inmediato una gran sonrisa como la que ahora traigo al escribir todo esto que solo es parte de lo que me atraviesa por la mente.
Dicen que la experiencia no es lo que te sucede, sino lo que haces después con eso que te pasó.
Lucubro demasiado y le doy en ocasiones tantas vueltas a las cosas que solo las complico incluso antes de siquiera concretarlas y a base de golpes de experiencia he aprendido que ser transparente y directo, aunque asusta a la gente, o he salido lastimado, definitivo, es lo mejor.
Y eso fue un re aprendizaje: retornar a lo básico.
De niño, inocente como era, decía lo que sentía sin restricciones; con respeto, pero dejaba fluir natural lo que sentía. De hecho gracias a ello me hice amigo de mi mejor amigo a los 9 años de edad y que conservamos la amistad hasta su muerte a los 42 años, luego conforme fui creciendo y se me inculcaron temores que asimilé como verdades, me fui limitando y escondiéndome en mi ser, creando máscaras para diversas ocasiones y solo en confianza mostraba quien era…
Años después he mirado que retornar a lo básico, como era en mi infancia, resulta ser mejor, al menos para mi.
Pero retornando a la dama, objeto de mi interés, el cual fue efímero -no más de tres horas, de esa sallida «romántica»- resulta que toda ilusión vino al traste ¿la razón? no es una, son varias.
Lo que confundí con timidez, en realidad era que no tenía conversación, ni interés alguno que le llamara su atención (lo más probable, solo haya sido conmigo ¿quien sabe? ahora no es relevante); desde que pasé por ella, le sugerí ir al cine, claro si no tenía otra idea, y le dije que me gustaría ir a ver Hair (yo, todo  emocionado, ella impávida), obvio, si le parecía bien, a lo cual acentó, y lo siguiente, le comenté, sería ir a cenar.
A la cena ni llegamos. 
En definitiva, no inspiró.
Esto de las citas románticas, nos hacen estar en predicamentos insospechados, no sé si por todo lo previo que preparamos en nuestra mente como expectativas que cuando se enfrentan a la realidad hacen corto circuito y se convierte en una serie de eventos de todo tipo algunos que ¡ouch! duelen, que hacemos ridículo, ppero sobre todo, que realmente sale a relucir el humor involuntario que no causa gracia en el instante, pero posteriormente, provocan una gran sonrisa.
 Las cuestiones amorosas son todo un bagaje de situaciones tragicómicas que nos transforman. Por ir en pos del anhelado paraíso de encontrar una mujer que sea la pareja anhelada -nunca para ser un cínico embaucador de mujeres que una vez conquistadas se las olvide- con lo cual se va dejando el corazón en prenda a diestra y siniestra (afortunadamente órgano que, en cuestiones amatorias, se regenera), resulta que ocasionamos un humor involuntario que, obvio, no nos causa gracia en tanto sucede, pero que después -créaseme- nos provoca una gran sonrisa, al recordar peripecias acontecidas que provocamos sin querer.
Remembranzas que me trae el escuchar Aquarius…
En fin.

   

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