Desconozco la situación en otros países, más allá de algunas notas, estudios, etc.; pero lo que si conozco, aunque confieso que tal vez poco, es de lo mucho que acontece en México.
¿Por qué mi patria se ha deteriorado social y políticamente a grado tal qué ya no sé si es de preocupar más los niveles que ha alcanzado de ruindad o la pérdida, en ocasiones, de sorprendernos de los escándalos que apestan pero más allá de voces aisladas nadie en verdad recrimina y repele?
Parece que tenemos libertad -lo cual es acotado- y en vez de encausarla a fines de crecimiento y desarrollo personal y colectivo, la ocupamos para degenerar lo poco que con mucho esfuerzo se ha logrado construir.
Estamos apabullados de noticias graves en todo sentido: corrupción, impunidad, valemadrismo, inconsciencia, ostentación que ofende, marginación, etc., y sencillamente pareciera que es parte de un circo, un «reality show» adicional para tener de que platicar, pero que no provoca cambio alguno para bien.
Se descubren escándalos, pero no pasa nada.
En la novela, que luego se adaptó como guión de la película «El Gatopardo» (mala traducción del italiano Il Gattopardo, que en realidad es leopardo jaspeado -serval, en español-) de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, narra las vivencias de un príncipe en Sicilia -inspirado en el bisabuelo del autor- y su descendencia, que observa que el poder de la aristocracia a la que pertenece, está llegando a su fin, en o por consecuencia de la unificación de Italia, para que asciendan otras clases sociales (burgueses y burócratas), entre los que destaca un sobrino -Tancredi- personaje a tarvés del cual el autor expresa la famosa frase «Se vogliamo che tutto rimanga come é, bisogna che tutto cambi» -si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie- lo que significa la capacidad de adaptación y que se ha universalizado en cuestiones sobre todo de quienes ansian el poder político y por ende económico (aunque ya no se distingue en la actualidad), sin importar que camino tomar.
El «gatopardismo» en su máxima expresión y en pleno apogeo en México: dos sexenios de otro partido que desaprovechó el cambio para beneficio del país y logró el retorno al pasado, que en el presente resulta, de menos, una reiteración de viejas prácticas mal actualizadas y sobre todo ya sin cuidar siquiera las formas (no porque sea bueno que haya corrupción pero sea moderada o no se haga gala de ella; no porque sea adecuado sostener la impunidad, siempre que sea «prudente» o que los vicios sean privados y se haga alarde de virtudes públicas en un perverso juego de doble moral), sino con una evidente notoriedad negativa, que parece que presume y a la vez altanera, reta.
Bien se dice que se puede llegar a la cima reptando o volando y en ambas se logra el cometido.
Pero cuando los señores y también señoras del poder carecen de conciencia y ética, y conscuentan hasta la ignominia a sus vástagos, el efecto que produce es que, como oleaje, va erosionando el tejido social, se deteriora a la comunidad, y va camino a la perdición, sin un rumbo de progreso al cual encaminarse rumbo a la perfección virtuosa -aunque no se logre- sino por el contrario a autodestruirse en un hedonismo rampante, que estigmatiza las virtudes y ensalza lo que invariablemente es reprochable.
Duele.
Lastima la conciencia y no se hace algo.
Los espectadores, comunes y corrientes (personas «de a pie») consumidores voraces, permanecen estáticos.
¿Hasta cuándo?
Hay varios polvorines, afortunadamente no unificados, aunque lentamente se van entrelazando; no caemos en la cuenta que con uno que prenda puede detonar reacción en cadena, iniciando una catastrofe de consecuencias impensables que nadie desea, pero que también nadie hace algo por en realidad enmendar.
Y mientras tanto se nos sigue dando atole con el dedo, aunque el atole ya cada vez es más aguado y se está terminando. El solo dedo, está fastidiando.
Cada uno debemos hacer nuestra labor donde nos corresponde, pero pienso que ya no es suficiente.
Es necesario trabajar entre todos, para recomponer lo que como infección avanza, antes que se convierta en gangrena.
Esta reflexión viene a colación respecto a los escándalos que los políticos parece se esmeran en generar atropelladamente, para exacerbar los ánimos, a la par que parecen inmunes a la desaprobación de sus hechos y a veces hasta hace pensar que retan a ver hasta dónde se colma la paciencia de todos los que somos «prole»
La ostentación -mucho tener y presumirlo, por poco valer- es signo de frivolidad, de vanidad, de lo insulso de una persona hueca, vacía e insatisfecha, que con alardes a través de magnificar signos exteriores de riqueza muestran su vacuidad, que se denigra vergonzante si es producto de la impunidad y la corrupción, por más que se trate de disfrazar con ropajes de una legalidad que carece de credibilidad a la par que sin sustento moral.
Y luego la caricatura -humor involuntario que ofende- del video de los denominados «mirreyes» (otra cara del mismo deterioro), hacen que «los astros se alinien» para invocar a los demonios sociales.
Y me surge una duda: ¿Quién es más pedestre -concepto de vulgar, inculto- el que se jacta -posea o anhele poseer, es decir incluidos los aspiracionales, denominados «wannabe’s»- o quienes somos las personas «de a pie»?
La cuestión retórica, considero, por sí misma se responde (verdad de Perogrullo); claro está, que según la perspectiva desde dónde se mire: si desde el lado de quienes ostentan -privilegiados sin visión trascendente- o del lado de quienes somos personas comunes y corrientes luchando día a día, por salir adelante, con la fuerza de nuestra voluntad y trabajo.
Pero más allá, hay algo que subyace, que permanece oculto, pero creciendo: resentimiento y polarización (tensión) social que, sin animo de agorero catastrofista, puede traer desencuentros, choques -cada vez más evidentes- y luchas encarnizadas, frente a los vacíos, verdaderos hoyos que rompen lo social.
Instruír académicamente no es suficiente, hay que educar, en la casa, en la academia y formar personas con principios, pero mientras tanto hay que corregir lo que está podriendo a nuestro país.
Entre otras, necesitamos compromiso, generosidad, trabajo, educación y amor, mucho amor con el cual enmendar el camino e ir en pos de las virtudes en atención al desarrollo y crecimiento personal que se refleje en el bien común de la comunidad.
En fin.