Sacando cuentas, cuando la espera es larga, resulta que todo deja de transcurrir o al menos así nos parece,
Nada hay tan lento como el mar en calma y la paciente espera que se transcurre en la parsimonia del tiempo.
Y ese letargo ¡ah, como cansa!
Nada como estar quieto, para que entre la modorra; esa misma que encamina al letargo y nos hace dormir tan cansados como si se hubiera estado en el peor de los ajetreos.
¿Será acaso que el mucho movimiento, así como el estado inanimado lleven a lo mismo aunque sean polos opuestos?
Lo desconozco: pero de lo que si estoy seguro es cuan cansado es esperar hasta la fatiga misma.
Todo esto son estertores, que no ecos de lo acontecido en los días que precedieron al actual en que ya me parece estar libre de todo lastimero acontecer de lo sucedido, que afortunadamente no fueron más que anécdotas preocupantes, pero que se pueden contar, como un mal momento, del cual se recuerda al igual que también se aprende: lo primero, para no olvidar lo vulnerables -frágiles hojas al viento- que somos las personas; lo segundo, para la humildad frente a designios que rebasan cualquier entendimiento y quizás llegar a entender que algún día -espero mucho muy lejano- habrá que emprender el denominado «viaje sin retorno», sea el propio o el de nuestros seres queridos.
Todo ello, meras notas, ecos de recuerdos recientes, asimilando lo más importante de todo ello: hay que festejar la vida y en vida.
No hay moneda de cambio con el tiempo, ni con la vida.
En fin.