Nada como ser despertado a las dos de la mañana porque una hija se siente mal.
Tres días antes, fue al médico porque estaba con dolor y le recetaron seis medicamentos en total, uno de ellos inyectado, ademas de reposo.
Pero hoy mientras dormía, me fue a tocar la puerta porque le dolía mucho el vientre en la parte baja.
Llegamos al hospital, la auscultó el médico de guardia y la sintomatología, parecida a apendicitis, fue descartada porque hace 18 años fue operada pr estirparsela.
La «estabilizaron», es decir la inyectaron para quitarle el fuerte dolor que tenía, la hospitalizaron, con toda la parafernaria correspondiente, incluido el suero de rigor y le van a realizar estudios por la mañana.
Mientras tanto a esperar, largamente a ver que sucede.
Espero sea algo menor.
Lo que me ha preocupado siempre de ella es que al igual que su mamá, tiene un umbral muy alto de dolor y por ende aguanta lo que para otros -incluído yo- sería para ponerse en un grito de dolor.
Estoy preocupado, no lo reflejo para evitar contrariedad adicional a la situación: pero para intentar estar tranquilo me pongo a narrarlo aquí y de alguna forma al plasmarlo hacer una invocación para auyentar lo malo, cualesquiera que sea esto y de una manera mágica desaparezca.
Son 3:50 a.m.
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Ya casi es la 1 pm y le han hecho análisis, la auscultaron otros dos médicos que llegaron en diferentes horas, le han estado poniendo un medicamento para calmarle el dolor en dos o tres ocasiones a la primera, y le van a hacer un ultrasonido.
Las horas transcurren, calmas, lentas, no les corre prisa.
Las enfermeras, de vez en vez, entran y salen; miden presión, checan temperatura, hacen preguntas y seguimos en la larga espera.
Vaya forma de iniciar en madrugada y continuar un viernes cualquiera, que no debiera ser así, pero sencillamente así es.
No hay tranquilidad, pero hay que permanecer sereno.
¿Qué más queda?
¡Ah, si! por supuesto, lo que ya he hecho y hago: en silencio, con el corazón, hablar con Dios, pedir en oración por mi hija, y con esas breves plegarias encomendársela y ponerla en sus manos a través de esos sus instrumentos que son los médicos, en los cuales hay que confiar.
No hay más.
Lo único que se me ocurre es, adicionalmente escribir para tomar con ello aliento al externar mi sentimiento, para seguir impávido, a golpe de teclas, para dibujar letras que se hagan palabras, para formar ideas, y así se desvanezca el agobio y no caer en una espiral de angustia que a nada lleva y en nada ayuda.
Esto de ser el pilar de la familia y estar sonriente, apoyando, a veces cuesta.
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18:30 horas ¡Por fin! después de tantas largas horas de espera -casi 16- llegan los médicos con el diagnóstico: infección muy fuerte en el riñón derecho; tratamiento antibióticos específicos, vía intravenosa, para atacar la infección y analgésicos para el dolor, que va y viene y le hace llorar.
Que triste es ver a un hijo padecer sufrimiento y no poder hacer algo para remediar su situación.
¡Esa terrible impotencia!
Ahora ya está sin dolor por los sedantes que también vía intravenosa le pusieron para mitigar los terribles dolores que la aquejaban.
Está tranquila. Yo, ya sin la zozobra, pero a la expectativa, esperando que ya pueda, ojalá, salir mañana del hospital.
A la espera, aquí con ella.
Deseo que pase mejor noche, ya tranquila.
Yo, en vela, mirándola, como en la madrugada, para cuidar a mi nena -siempre lo será, aunque su mamá me llama la atención por tratarla a ella y a sus hermanas como mis niñas, ahora, consciente estoy, ya tiene 24 años, y hasta con novio anda- es mi hija y ese vínculo, como padre es imperecedero.
Esta bien, estoy mejor.
Gracias a Dios.
Hoy, a pesar de los avatares, esas vicisitudes que hay en la vida, contrariedades que nos sorprenden, fue al final un buen día.
Que la noche sea serena.
Son las siete de la tarde…
En fin.