Dentro de los sesudos análisis filosóficos que se precisan en diversos y muy prestigiados medios, encontre un libro que, a riesgo de críticas en pos de no restarle seriedad a temas relevantes -o que de menos así se consideran- me pareció una mirada interesante, por diferente ( humorística y por ende irreverente, pero fresca, y no por eso menos importante en torno a temas de análisis filosóficos) y a fin de cuentas, refleja una manera distinta de manifestación de la inteligencia que no es algo menor; al contrario, es la viva representación de la racionalidad del ser humano.
El libro, de Slavoj Zizek, se llama «Mis chistes, mi filosofía», editado por Anagrama.
Son poco más de una centena de chistes de este filósofo quien tiene una actitud irónica, pero no por ello menos reflexiva.
Lo que me encanta es que haya personas, que como el autor, teniendo una capacidad intelectual harto desarrollada -ejercitada en el estudio, la academia, la investigación, el análisis, la discusión- se permitan transitar por vehículos tan poco utilizados como el humor (-en ocasiones ácido- podamos estar de acuerdo o no con ellas), para adentrar a los neófitos e interesar a quienes de otra forma no les importaría, en temas filosóficos o cualquier otro tipo de tópicos que a lo mejor parezcan de primera impresión aburridos -sobre todo si se padecieron en la instrucción escolar secundaria y preparatoria e incluso en la universidad, materias que se hacían densas e insufribles en ocasiones porque algunos profesores eran aburridos en extremo, dejando un rancio sabor en lugar de motivar al aprendizaje de cuestiones en verdad tan interesantes-
Este filósofo se adentra en el terreno del chiste para analizar y reflexionar sobre ciertos aspectos.
No hay nada más serio que el humor o lo que lleva a la risa; demuestra un alto grado de inteligencia racional. Es como ponernos frente a un espejo -especular- y al mirarlo tener la capacidad de reír.
Refiere varios temas, y con tonos diversos los disecciona.
Tiene un dejo «teológico» al ver a Dios, como el bromista supremo -según Zizek- tal cual, lo señalan en un resumen, asicomo una deconstrucción de la verdad y parafrasea al filósofo marxista y cineasta francés Guy Ernest Debord: «lo verdadero es un momento de lo falso».
¿Qué queda entonces?
Como indica el propio Wittgenstein. «nada es tan difícil como no engañarse» ¿entonces?
Siguiendo al propio Wittgenstein: «el sentido del mundo tiene que residir fuera de él y, por añadidura, fuera del lenguaje significativo?
Y sobre la premisa que el propio Wittgenstein señala acerca de que: «el filósofo no es ciudadano de ninguna comunidad de ideas. Esto es lo que lo hace ser filósofo», resulta que Zizek cae perfecto en esta definición, si es que al respecto pueda aventurarse alguien a categorizar y etiquetar adjetivando algo así.
Pero el tema fundamental al respecto, es que los continuos «¿por qués…?» que comienzan inocentes en la infancia se van haciendo complejos cuestionamientos que implican estructuras que personas como los filosofos se dan a la tarea de intentar responder, a base de preguntar y repreguntar, no en sí para obtener una respuesta definitiva toda vez que eso no existe en términos relativos, ni menos absolutos, sino para formular otras preguntas adicionales y así crear encadenamiento de dudas, porque, retomando a Wittgenstein: «Aunque todas las posibles preguntas de la ciencia recibiesen respuesta, ni siquiera rozarían los verdaderos problemas de la vida».
Pero, desde mi óptica, tomando como consejo, la último proposición (tesis número siete) del Tractatus de Wittgenstein, cito: «de lo que no podemos hablar, mejor debemos callar» o en una interpretación libre de mi parte, «de lo que nose sabe, no hay que hablar» (esto dentro del ámbito epistemológico, para evitar caer en el terreno de la doxe o lo contingente).
Pero, regresando a Guy Debord: «Un adulto leerá un libro para distraerse, un niño lee un libro para construirse»; tengo la firme creencia que para seguir creciendo, también en este ámbito, debemos ser como infantes, para que cada lectura nos construya y no solo pasar el rato, como si por ser adultos ya estuvieramos en definitiva formados, eso nunca debiera suceder por más viejos que seamos.
En fin.