Devaneo.

Raras razones las que afectan en ocasiones al corazón y por ende hacen que todo lo demás, por añadidura, se desestructure.

Me explico, cuando se anda «patinando» por alguien, resulta que quien anda enamorado (infatuado -haciendo una traducción muy libre que los puristas del lenguaje aducirían, que es nada correcta, de la palabra inglesa infatuation– toda vez que en estricto sentido infatuado es volver a alguien fatuo, es decir falto de razón o de entendimiento, pero a fin de cuentas ¿Qué es estar enamorado, sino encontrarse precisamente en ese estado?) se encuentra en un estado casi patológico, que dicen los que estudian esos menesteres, que eso que llamamos sentimientos en realidad también son materia del intelecto, por más que los ubiquemos fuera del cerebro.

Como sea, resulta que quien está en esa euforia catatónica, al igual que quien, en sentido inversamente proporcional, sufre «mal de amores» -porque no le hacen caso o bien lo cortan- se encuentra prácticamente en «tiempo fuera» de la vida cotidiana y se sumerge en su mundo de luz desproporcionada o de oscuridad inaudita, ambas al fin, situaciones incomprensibles para los demás que lo rodean y no se encuentran en la misma sintonía.

Y entonces el caos interior se expande como big bang hacia todo lo demás, en una cadena de sucesos tal vez no deseados o bien que no le importan al sujeto en tal estado, pero que finalmente lo afectan al ser afectados los demás.

De aquí una brevísima historia:

Un hombre común, como tantos existimos -incluyendo los que catalogados como fuera de serie por algún motivo particular, que suelen ser, tras el halo de fama o prestigio, igual de comunes que los demás- inmerso en su trabajo, transcurre su vida sin más.

De repente la Diosa Fortuna -en complicidad con el gordito alado y semidesnudo, hijo de Afrodita, que porta saetas, conocido como Eros o Cupido y de su hermanito menor Anteros, es decir la pasión-  lo toca, en la forma de una mujer -aparición divina, así se lo parece a ese hombre- de la que queda prendado, como jamás imaginaba estarlo y mejor aún, ella, por no dejar, hace caso a sus tímidos anhelos.

Surge de la nada un devaneo en el que ambos se sumergen sin a penas dudarlo, entregándose como adolescentes, aunque ya dejaron de serlo, olvidándose del mundo por crear el propio.

Pero los vientos cambian y, como el día, eso que comenzó como un amanecer y era todo esplendor, se convierte en ocaso. Luego nocturnal y profunda oscuridad.

A lo largo de esas llamemoslas «24 horas» amatorias crearon el mundo, en forma más rápida que la narrativa bíblica y también les llegó el temido apocalípsis con la ficción del doomsday, en un mismo lapso, tan breve como suspiro, tan eterno que trasciende la efímera existencia.

Y, cada uno, siguió por separado el camino.

No hay más.

No puedo continuar porque historias así, se cuentan sin terminar, como la vida misma, que sigue y el punto final solo Dios sabrá.

 

 

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