Es verdad: nos complicamos la existencia conforme vamos adquiriendo años.
Cuando uno observa -si es que no recuerda los primeros años de infancia- a los niños y niñas pequeños, digamos de los 12 meses a los cinco años, resulta que cualquier cosa, la más sencilla, los hace felices (claro está que también por cualquier tema, aunque sea menor, llegan a hacer berrinche, pero ese no es el caso de este escrito).
Pero vamos creciendo, como señalé, adquiriendo años y a base de aprender comportamientos, y saber de la existencia de más y «mejores cosas» empezamos una espiral que pareciera ser infinita y hacernos entrar a una vorágine de confusiones entre el querer por necesidad y desear satisfacer un capricho.
No es mi idea platicar respecto de las diferencias entre necesidad y capricho, pero a riesgo de ser simplista ¿Qué es lo que en verdad necesitamos de los que no? ¿Sabemos o podemos discriminar?
El tener no da felicidad, a veces, es lo previo a la obtención del bien lo que en realidad causa el disfrute y no la cosa en sí ya obtenida; pero no es mi interés discurrir y menos discutir al respecto.
A lo que voy, es a gozar con lo que se tiene, disfrutarlo si se tiene, y tratar de encontrar la felicidad en lo simple de la existencia.
No hay más.
Todo lo demás, es banalidad y vano el pretender llenar los huecos del ser con bienes, que provocan más vacío conforme más se tiene.
Tampoco se trata de vivir como asceta y ser frugal; pero en realidad ponemos tanto empeño en anhelos fatuos, que perdemos lo importante, en verdad por nada.
Si bien lo indica el dicho: «no hay sudario con bolsas», en referencia a que nada nos llevamos y si bien es bueno ser precavido y pensar en el futuro, así como, de ser posible, dejar algo de apoyo para la siguiente generación, sobre todo si hablamos de hijas e hijos, es cierto que, tal cual cada quien se labra su destino, también debe hacer su propia fortuna.
Pero me he desviado de lo que era mi tópico: disfrutar con lo simple que ofrece la vida, eso place más, sin calificarlo de mediocre, que una búsqueda ilimitada de obtener satisfactores económicos que no nos resuelven -en el ánimo- lo vacuo de la existencia, si no se tiene conciencia de ser, de existir y que ello por sí mismo es oro puro, sin más adornos.
Tal vez es lo que nos han reiterado tantos filósofos a lo largo de los siglos, y si somos creyentes, los profetas y el mismo Jesús.
En fin.