Pasa que aquella relación que se piensa es única -es la forma de entrega que conozco; jamás he podido ser cínico- y será eterna -en los confines de lo humano- se agota.
Y todo lo que se vivió, maravillosa ambrosía aún en lo más simple, sencillamente deja de ser.
Y aquella que fue amada, o tan amado que fui yo, dejamos de serlo.
Así termina como empieza, sin saber bien porqué; no hay explicación, razón si quiera pretexto, solo se acaba.
Ese par, que por extraños caminos, designios ignotos, se encuentran y dejan de ser dos para ser uno mismo (conservando sus individualidades, eso es lo maravilloso del amor, no se fagocitan se complementan), de pronto vuelven a ser sencillamente entes separados sin más.
Pero ambos tienen recuerdos, desde sus propias ópticas cada uno, pero confluyen en lo mismo.
Es entonces que, de extraños desconocidos que se unen y forman algo tan tangible, como es el sentimiento, pasan a ser extraños pero con conocimiento y algo más: con recuerdos.
En efecto nada queda más que memorias que se difuminan.
Y en el acaso, tal vez haya la pregunta al aire acerca de que será de aquella, que se ha ido; es podible que ambos imaginen algún instante, somero destello, o quizás no.
Será que tan únicamente se confunden demasiadas cosas, con el amor?
No tengo respuesta para ello.
Solo surge un suspiro.
Y duele el pasado ido, en un presente imperfecto, en el que se sobrevive.
En fin.