«…por supuesto que no quería morir, pero quería morir de todos modos…»
Esta frase, de «El Apando» de José Revueltas, es algo que me quedó girando en la mente.
La historia, vestida de ficción, cruda, realista, proviene de los tiempos en que el escritor estuvo en la penitenciaría de Lecumberri.
Traigo a colación la frase en cita, la cual me ha rondado desde que la leí, porque, aunque descontextualizada, es tema, que da para mucho discurrir, rebasando la percepción de un argumento de lo absurdo.
Quien fue reo del tristemente célebre «castillo negro», era ácido en sus narraciones -por lo menos, las que he leído- y aún con la crudeza reflejo de su circunstancia, no puede dejar de percibirse la belleza intrínseca de las imágenes que maneja, aún inmersas en situaciones tristes, dolorosas e incluso, en algunos momentos, repugnantes.
Tanto depara la vida, en ocasiones, sorpresivamente y sin buscarlo, que nos lleva a situaciones y lugares en los que no imaginábamos estar o ni queríamos, pero que finalmente llegamos a ello y hay que sencillamente afrontarlo como venga y vivirlo.
¿Habrá poesía en lo cotidiano?
Más aún ¿Es posible encontrar belleza en lo horrible?
Alguna vez mi amigo -que se movía en el mundo de la escultura y la pintura- me dijo que los estetas si apreciaban y encontraban el «encanto» aún en lo que para otros parecía grotesco o cotidiano ¿será acaso la forma en que, en forma sintética y precisa, el arte reconoce la esencia del ser, de la existencia, la misma en que tanto se empeña la filosofía y diversas creencias religiosas en encontrar y dar razón?
No lo sé.
Tengo acaso más cuestionamientos que posibles respuestas.
Y sigo, con la frase inicial, dándome vueltas una y otra vez en la cabeza, cual perro antes de echarse ¿cuándo mi mente parará?
En fin.