Hasta lo previamente narrado a lo largo de las pasadas 20 entregas, que van desde mis abuelos, y mis «albores», es decir, inicios como profesionista, desde ya hace poco más de 32 años y unos meses más, con algunas breves pinceladas de mi origen y actualidad, para explicarme a mí mismo, en algo, cómo soy -en donde me encuentro ahora- es que dejo esta serie de: «mi adyacencia a mi otredad».
Este ejercicio de introspección en mis recuerdos y los recuerdos heredados, donde lo que he hecho es manifestar parte de mi existencia, partiendo de mis abuelos, mis padres y yo, hasta cuando tenía más o menos 20 años (con algunos furtivos «ires y venires» en fechas anteriores o posteriores) a fin de tratar de hacer lo que denomino como un mapeo, reitero, para que me explique a mi mismo lo que soy y quien soy.
Todos tenemos un pasado, no a manera de algo dramático, sino como una realidad que subyace en lo que somos y hacemos.
Pero también como lo dijo Amado Nervo, «… soy el arquitecto de mi propio destino»
Ha sido un buen entrenamiento, el cual, por el momento dejo hasta ahí.
Quizá, solo quizás alguna otra ocasión continue la narrativa al respecto.
No lo sé.
Pero ahora quiero, a manera de corolario, hacerme unas reflexiones que me han dejado, no lo escrito sino lo que me ha permitido recordar y elaborar en este proceso interno -que es bueno porque ahorra las idas al psicólogo- una análisis introspectivo de quien soy o al menos una descripción -si no es que una disección aún en vida- de mí, para mi mismo -I, by my self- y tratar de entenderme.
No sé, si a manera de conclusión (espero que no sea así), pero sí de una especie de síntesis, con base en lo que he repasado someramente, me doy cuenta, entre otras ideas, conceptualizaciones en mi mente, que llevan una carga emocional y están arraigadas en mi ser, que:
– Lo estúpido que fui -y a veces he seguido siendo hasta la fecha- no solo por acomplejado y sin sentido, cuando lo importante no es el dinero, que aunque se tenga, no da ni produce felicidad, ni satisfacción; si, claro ayuda y mucho, a veces hace una gran diferencia, pero no es un objetivo, ni un fin, sino un medio, y a veces, tan circunstancial.
– No se comprende a los padres y lo que les hacemos pasar, hasta que nos toca a nosotros estar en un lugar como el de ellos -creo que es ley de vida-
Mi papá de continuo me decía, al nacer mi primera y subsecuentes hijas: «debes, pagas», refiriéndose a que la labor de ser padre es algo hermoso y lleno de satisfacciones, pero también de sacrificios y en muchas ocasiones estar atentos, ser exigentes, pero flexibles, y estar abiertos a entender los comportamientos, sentimientos y razonamientos de los hijos.
Él me enseñó el poema de: «Hijo: sí quieres amarme, bien puedes hacerlo, tu cariño es oro que nunca desdeño, más quiero que sepas que nada me debes, soy ahora el padre, tengo los deberes…»; y, el de: «Vuestros hijos no son vuestros, son hijos del anhelo de la vida…».
Ambos, entre otros, los tengo siempre presentes.
– Mi madre, aunque poco la menciono, fue un ser muy importante en mi formación; al final, no nos entendíamos bien, no quiero profundizar en las razones, pero ¡juro por Dios! que vi por ella, hasta el fin de sus día, incluidos los poco más de quince días que estuvo en coma vigil en terapia intensiva en el hospital, de donde prácticamente no me movía, y la velaba todas y cada una de las noches que estuvo hospitalizada (lo menciono no como mérito, sino como un hecho que sucedió), más que para ir rápido a la oficina a ver pendientes, bañarme y cambiarme en la casa, y donde finalmente me tocó que muriera.
Te amo mamita linda.
– Lo que haces por tus hijos, no es para que te lo paguen, sino para educar en el ejemplo y apostar a que, a su vez, ellos sean personas de bien y si llegan a ser bendecidos con hijos, hagan algo mejor por ellos.
– A veces el poder por mínimo e insulso que sea, deteriora o hecha a perder a una persona y no se diga a una relación, cualquiera que esta sea.
– Los triunfos, por pequeños que sean, son chispazos de éxitos que nos congracian con nosotros mismos.
– Los fracasos son parte de la enseñanza de vida, aunque no gusten.
– Ambos, los triunfos y los fracasos, como lo dice el poema, «son dos impostores» que nos hacen perder la cabeza, y duran nada.
– Tener presente siempre, de donde venimos, aunque lo importante sea, donde estamos y hacia donde nos dirijamos.
– Hay amores imposibles e indecibles, por más que se luche y se esmere uno, sencillamente no serán.
– Hay que estar presentes todo el tiempo que sea necesario (cada persona, requiere algo distinto) con quienes amamos, porque los huecos invariablemente tienden a llenarse y no siempre de la mejor forma.
– A veces te desvías y apartas de tu objetivo, pero siempre es tiempo de rectificar.
– No hay que claudicar, aunque a veces sea necesaria una tregua, hay que volverse a levantar una y otra vez, cada vez que se caiga, hasta que solo la vida diga hasta aquí.
– No ver al pasado con resentimiento, ni guardar amargura que solo pesa, si no mirar con atención, como aprendizaje, bueno o malo pero saber que es experiencia que forja, pues hay que estar conscientes que la vida es muy corta.
– Siempre invariable e inopinadamente ser positivo, la actitud hace la diferencia.
– Ingenio y habilidad ante las carencias, con optimismo: «tú tranquilo o tranquila, yo ocupado».
– Las cosas se hacen, y de la mejor manera posible, siempre dando más; no se pregunta, no se cuestiona, no se intenta ver como escabullirse o no hacerlo.
Esa siempre fue enseñanza, con el ejemplo, de mi papá, y entiendo que también la de su padre hacia él.
Años después -más o menos en 1999- una persona me obsequió un libro que, desde que lo leí, es algo que me ratificó que le que hago y como lo hago, es lo correcto: «Un mensaje a García».
De hecho, dejo su lectura al final de cada ciclo escolar a mis alumnos, para hacerles entender, en el ánimo de cada uno, la importancia de cumplir a cabalidad.
Para la mayoría, lo sé, es solo una tarea más que cumplir y ya, pero para y por aquellos que lo asimilan, creo que es algo que vale la pena intentar, año tras año.
– Ser un camaleón, que no un hipócrita; sin dejar de ser uno mismo,adecuarse a las circunstancias y situaciones, sin perder el objetivo, ni «la brújula»; transitar la vida conviviendo con ricos y pobres, buenos y malos, tontos e inteligentes, famosos y desconocidos, pues aunque diferentes en lo secundario y accidental, en esencia somos lo mismo y tenemos en común miedo, tristeza, soledad, ira, dolor, alegría, amor, exponenciados o sublimados, según cada uno lo vive.
– Todos tenemos un precio -y no necesariamente en dinero- o bien, un pasado.
– Respeto a las creencias de los demás.
– Somos finitos, por más que nos empeñemos en un afán y un esmero por creer lo contrario.
– Como me decía un buen amigo: «la vida es ‘caraja’, pero difícil». Es decir, la vida es injusta, cruel, complicada, y todas las demás adjetivaciones que busquemos endilgarle; sin embargo, es lo que hay, es lo que tenemos y hay que vivirla, disfrutarla.
La vida, insisto, es muy corta.
Pasa rápido, nos trae sorpresas agradables y otras tantas que nos deprimen y hacen que nos sintamos perdidos si no es que hundidos en la desesperanza, pero en cada uno está comprarse la idea de la calamidad o salir adelante.
Como ahora se dice: ser resiliente, y continuar mientras se viva.
– Nada material se lleva uno a la tumba; «no hay mortaja con bolsas».
– Somos, cada uno, una gota de agua en un mar o una partícula en un todo.
– ¿Madurez?
¡Por favor!
Crecí, y estoy envejeciendo, pero sigo siendo el mismo insensato y en el fondo ingenuo, pues como la fruta, lo que sigue de estar maduro es… y eso todavía no, por el momento -espero-
– Además si no estuviéramos conscientes de la edad que tengamos
¿Cómo nos sentiríamos? y más aún ¿Cómo nos comportaríamos?
– He sido muy feliz, a veces, la mayoría de las ocasiones, reconozco, sin darme cuenta.
– Extraño a mis padres, cada día más, y a mis amigos ya idos.
– Hago votos porque mi hermana ya también fallecida haya encontrado paz en el descanso eterno.
– Como lo han dicho antes los poetas:
· Confieso que he vivido.
· No se culpe a nadie de mi vida.
¡En vida, hermano, en vida!
Y los que tenga a bien, Dios, otorgarme.
En fin.